Queridos
amigos lectores, en esta ocasión quiero compartir con vosotros una reflexión
más amplia, puesto que he querido unificar los cuatro evangelios de los
domingos de Adviento y hacer un solo comentario que nos ayude en este tiempo de
preparación.
Hay momentos
en los que el Adviento me interroga y cuestiona más allá del propio tiempo
litúrgico. Creo que hemos de intentar que toda nuestra vida sea un Adviento-navidad,
un prepararnos constante para que Dios encarnado, Jesús, esté en nuestras
vidas, sea nuestra vida. Si reducimos el Aviento a cuatro velas (sin despreciar
el sentido litúrgico y rico del símbolo) estamos cayendo en una religión de “lo
que toca”, rutinaria e inércica.
“Está
escrito en el profeta Isaías…”. Es una llegada bien anunciada. No podemos
decir que nos pilla de sorpresa, que tenemos la casa sin barrer, las lámparas
sin encender, la despensa vacía… Es un invitado bien anunciado. Pero quizás no
como esperábamos y nos habíamos hecho otra idea ¿Es una visita molesta? ¿Nos
vemos obligados a recibirle?
Ciertamente,
ya los profetas lo anunciaron, Isaías es la gran voz del Antiguo Testamento que
ve clara y anuncia esta llegada con notas muy acertadas. Pero si este profeta
nos queda muy lejano, Juan Bautista nos lo vuelve a anunciar de forma mucho más
clara, con más detalles e inminencia ¿Qué es lo que no nos cuadra aquí o no nos
gusta? ¿Es ahora el que anuncia, el que no nos gusta? Quizás ese personaje tan
austero y radical nos asusta y preferimos no oírle.
Él
prepara el camino: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino, una
voz grita…”. Pero lo que grita esa voz en el desierto, en mitad de los
pueblos… “¡Preparad…Allanad!”, es
una invitación personal pero también comunitaria, para toda la humanidad. Es
una voz de alerta ¡Oíd, estad preparados para cambiar porque no se puede
continuar así…! ¿Cómo debemos prepararnos los cristianos para la venida? Está
claro que es necesaria una preparación-purificación personal, pero también
hemos de mirarnos como comunidad de manera interna y a los ojos del mundo, y
saber cómo hemos de prepararnos y presentarnos como Iglesia.
“Acudían
las gentes de Judea y Jerusalén, confesaban sus pecados…”. Juan recibía
a la gente que confesaba sus pecados. Sabernos pecadores, débiles, pero bajo el
cobijo de la mano de Dios; tener verdaderas intenciones de cambiar cosas que
hacen de nuestra vida algo mediocre. Una vez limpios, en paz… sí estaremos
preparados para descubrir la felicidad, el sentido de una vida plena, el camino
verdadero hacia Dios.
La
oración es buena y necesaria, pero seríamos una simple voz-grito en el desierto
estéril de nuestra vida si, esa oración, no va acompañada de actos que testimonien
y que ayuden a que dicha oración sea vivida. Vestirse de piel de camello y
alimentarse de lo básico, es reconocerse parte de este mundo y reconocer que
desde él es desde donde podemos y debemos empezar a cambiar.
El
desierto para el judío es sinónimo del encuentro con Dios; en medio del
desierto, de lo estéril y lo seco, Dios se encuentra con el hombre porque allí
nada “molesta”. La humildad de Juan Bautista, reconociendo su lugar: “Soy
sólo una voz…”, “No merezco ni desatarle la correa de las sandalias…”,
rompe con una tradición sacerdotal que hubiese sido fácil continuar y a la que
estaba destinado (sus padres venían, ambos, de dicha tradición sacerdotal) sin
embargo Juan decide hacer del desierto, del Jordán y sus orillas, el nuevo
templo físico en donde resuena la voz de Dios.
Dios
trastoca nuestros planes, ideas y órdenes establecidos. Trastoca lo
oficialmente “correcto” para mostrarnos lo incorrectamente bueno.
Sacerdotes,
levitas y fariseos preguntan, interrogan hasta la extenuación intentando
pillarle, no respetan la persona, no respetan la humildad de Juan. Respetar lo
sagrado es respetar antes lo humano. El humano, con toda su impureza y miseria,
es el templo donde habita Dios, por eso hemos de saber que es en vano dedicarnos
a una liturgia rica en palabras y símbolos si antes no respetamos la dignidad
humana. Cuando con preceptos humano-religiosos hacemos daño a la gente y como
consecuencia les alejamos de Dios, nos deberíamos cuestionar si no estamos cometiendo sacrilegio.
A
veces corremos el riesgo de olvidarnos de quién somos y hasta dónde llegan
nuestras competencias. Las “competencias” , si pueden llamarse así, de Dios son
sólo suyas y ninguna categoría/persona humana ha de caer en el error de
intentar adquirirlas, porque sólo a Él pertenecen; caer en el error de una
nueva torre de Babel sería retroceder.
“En
aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios…”. Un nuevo
anunciador, el ángel Gabriel, entra en la tranquila vida de María en el momento
preciso, es el mensajero directo de Dios, es la señal más clara, la que da fe
de que lo que el humano siente viene de Dios y hemos de responder en libertad.
Galilea
y María. Un lugar absolutamente desprestigiado y tenido en poca consideración
por los judíos, y una mujer pobre. Dios habla con una mujer, le anuncia un plan
para el que ha sido elegida. Dios podía haberse comunicado con Joaquín, el
padre de María, para seguir con esa tradición tan férreamente patriarcal, y que
el padre le hubiese comunicado a su hija dicho plan. Dios podía haber sido un padre
más de los que se reunían para concertar el matrimonio de sus hijas con otros
padres. Pero no, Dios rompe nuestros planes y estructuras y se dirige
directamente, propone a la mujer-humilde, María, un plan que necesita de su
aceptación personal.
“Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”. No hay mayor alegría que el saber que Dios está en nuestras vidas,
por eso María acepta, asume, acoge con inmensa paz y confianza planes para su
vida que no entiende, pero sabe que vienen del mejor “lugar” que pueden venir,
de la voluntad de Dios. A veces dudo si hablar de la “voluntad de Dios”, tan
utilizada por otra parte en nuestro lenguaje cristiano más tradicional, como si
de empeño divino se tratara. Más bien Dios sabe de nosotros, nos conoce y en relación
a ese conocimiento de sus hijos sabe hasta dónde podemos llegar y lo que
podemos ofrecer. Por tanto Él propone, dejando a nuestra voluntad, ahora sí, el
que acojamos y aceptemos libremente esas propuestas, esos planes…
“Aquí
está la esclava del Señor; hágase en mi según su palabra”. Ahí es dónde
estamos haciendo real el Adviento en nuestras vidas, en la aceptación libre de
lo que puede llegar y transformarnos para siempre, en lo que se nos propone con
Amor y se espera que respondamos con libertad.