“Quítate
de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no
como Dios”. Nadie ha dicho que Jesús no tuviera enfrentamientos serios
y discusiones con sus discípulos, y creo que este pasaje es una de ellas.
Cuando Jesús llega a llamar Satanás a su discípulo Pedro, es porque no puede
tolerar, no tiene el tiempo para ello, que sigan con la idea del Mesías que
tradicionalmente todo el pueblo de Israel tenía. Esa idea era la del ungido
como rey o sumo sacerdote, a imagen de los que habían pasado por la historia
hasta el momento.
Pero
Jesús tenía que transmitir la idea de que su mesianismo era absolutamente
distinto, sería un reinado en la tierra que lideraría a los pobres y oprimidos,
a lo más negado y despreciado de la sociedad, el mesías sería la imagen de esa
casta descastada y no de los reyes y sacerdotes que vivían intramuros.
Este
era el cambio necesario del AT al NT, del judaísmo más tradicional y
anquilosado al descubrimiento de un Dios que se da hasta el punto de encontrar
la muerte en manos de los hombres. Pero, cuidado, esto no quiere decir que tengamos
a un Dios asesino o a falta de compasión con su propio Hijo, que lo entrega
hasta a muerte, sino que los hombres no supimos, ni sabemos, descubrir a Dios
en lo cotidiano, lo cercano y lo más humilde y despreciado.
“Si
uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la
encontrará”. Ciertamente esta afirmación parece radical y excluyente, y
en cierta medida lo es pero como cualquier decisión importante en la vida que
requiere posicionarse y elegir, aunque la radicalidad aquí reside en la
elección y no en la connotación negativa que para nosotros tiene hoy esa
palabra.
La
sociedades de nuestro tiempo solo se preocupan de sí mismas, me atrevería a
decir que en muchos casos incluso cuando lo revisten de acción humanitaria
hacia otros. Buscamos nuestra comodidad y nuestro bienestar a tales niveles que
vivimos en la sobreabundancia. Y ya no es solo eso sino que nuestros ojos y
corazón se están acostumbrando a ver impasiblemente las masacres a través de
una pantalla, creyendo que todo eso es ajeno a nosotros. Necesitamos descubrir
a Dios en todo ello, en todas las personas que sufren por algún motivo.
Los
cristianos tenemos una responsabilidad como bautizados y confirmados (esa es la
nueva unción que propone Cristo y no la de los reyes de Israel); esa
responsabilidad y vocación es la de detectar el sufrimiento y saber acompañar
con alegría y gozo, porque hemos sido ungidos para amar. Que no caigamos en el
error de Pedro al no querer descubrir a Jesús en el sufrimiento y la debilidad
del mundo y que, por el contrario, como después le pasó al discípulo, sepamos
proclamar a Jesús como el nuevo ungido, el Mesías, y estemos dispuestos a
desgastar nuestra vida por el proyecto del Reino.
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