Lejos
de estudiar la historicidad total o parcial del este relato tan detallado del
evangelista Juan, que narra lo que tradicionalmente hemos llamado la
resurrección de Lázaro, creo que es importante recordar que el sentido del
texto y el mensaje que transmite es lo que realmente importa.
El
relato evidencia el amor que los tres hermanos: Lázaro, Marta y María
profesaban a Jesús y cómo este vivía recíprocamente dicho amor. Son
posiblemente los mejores amigos de Jesús en este mundo, y su casa en Betania,
cerca de Jerusalén, serviría a Jesús de refugio y descanso al término de muchos
días en los que le era imposible pasar desapercibido y estaba extenuado debido
a la multitud que le seguía.
Esa
amistad y amor, que refleja tan transparentemente el texto de Juan, se hace más
evidente cuando llega Jesús a Betania y se encuentra con que su amigo Lázaro
había muerto. Previamente le habían hecho llamar las dos hermanas mientras
Jesús no estaba en Judea, y para cuando quiere llegar ya lo habían incluso
enterrado. El sufrimiento y dolor ante la pérdida del hermano, las lágrimas
desconsoladas de Marta y María, hacen que Jesús les acompañe en su sentimiento
y llore con ellas por la muerte del amigo. Es este uno de los momentos más
humanos de Jesús, en el que muestra sus sentimientos por el desconsuelo de los
que están ante el misterio de la muerte.
Jesús
sabe de la fe de sus amigas y aprovecha, puesto que estaba rodeado de una
multitud, esta ocasión para dar una de las que serían sus últimas enseñanzas y
mensajes centrales: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya
muerto vivirá; y el que está vivo, y cree en mí, no morirá para siempre”.
Jesús es el Dios de la Vida, el acontecimiento de la muerte es como un sueño,
un simple tránsito hacia el encuentro con el Padre.
En
este mismo capítulo de Juan, unos versículos más adelante (Jn 11, 50), se trama
ya la muerte de Jesús. Es pues, Jesús, una víctima de la religión del momento,
del entender la religión de forma fanática y absolutista. En contraste con esta
religión de muerte y condena injusta (la del sacerdocio del Sanedrín que
politizaba a Dios) está la esperanza de vida eterna que ofrece Jesús. No era
difícil, por tanto, que a Jesús le siguieran muchedumbres que estaban ansiosas
de buenas noticias, ansiosas de vida y no de muerte.
Ante
un acontecimiento que enmudece a la humanidad como es la muerte, Jesús primero
nos enseña a amar y apreciar la vida en la tierra, prueba de ello es que a su
amigo Lázaro le devuelve a la vida terrena (no es por tanto una resurrección
sino una revivificación). Jesús le da un nuevo sentido a la muerte y se
presenta ante ella como parte de la misma vida. Él no busca la muerte ni la
impone sino que la asume como la puerta al Misterio, que es Dios Padre.
A lo
largo de la historia de las religiones, estas mismas han sentenciado a muerte a
los hombres (Cruzadas, Inquisición, Yihadismo…). Es importante que aprendamos
de los errores del pasado y del presente y nos acojamos al Dios de la vida, y
no a los que matan en su nombre. Jesús nos enseña que el sentido de la muerte
lo da la misma vida ya que, la muerte, es la puerta de la vida temporal a la Vida eterna.
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