Con respeto y sentimiento de
pequeñez, me dispongo ante este pasaje del evangelio intentando encontrar algo
de luz, empaparme y dejar transformar, pero también con el temor de caer en lo
que tantas veces ha sido interpretado (y quizás alguna que otra vez
malinterpretado o intencionadamente forzado). “A Dios lo que es de Dios…y
al César lo que es del César”. Así termina este pasaje y esta es la
frase que durante mucho tiempo, también hoy, se utiliza con bastante ligereza y
en casi cualquier ocasión.
No fue esa la intención con la
que Jesús la verbalizó, todo lo contrario. Esa frase lapidaria, que se ha
convertido en un “multiusos”, fue destinada a una situación y momento muy
concretos. Un momento histórico-político muy delicado y una situación creada
por un grupo de judíos manipulados por sus maestros (discípulos de unos
fariseos, como nos dice el texto) con una intención-misión muy claras como era
pillar en un renuncio a Jesús; intentar probar que ese tal Jesús no era tan
buen maestro como se decía; que no gozaba de tanta coherencia, no era tan
“legal” (desde luego que si entendemos esta palabra desde su sentido más
literal, creo que los fariseos hubiesen acertado de pleno y que, además, Jesús
les hubiese dado más que argumentos suficientes para probar su “ilegalidad”.
Pero no iban por ahí las pretensiones sino más bien por el sentido más
ético-humano) y por supuesto todo ello para, al final, tener argumentos que
demostraran que Jesús no se correspondía
en nada con la esperanza mesiánica, ni tan siquiera profética.
Toda esta carga histórica y
humana ha de tenerse muy en cuenta para valorar dicha frase de Jesús, y todo el
pasaje en su conjunto.
“En aquel tiempo se
retiraron los fariseos…” No deciden a la luz del día, traman a
escondidas. Cuando algo se hace así sabemos que no es demasiado legal,
ciertamente los menos legales buscan ilegalidad en Jesús. Los maestros de la
ilegalidad y las conspiraciones saben muy bien dónde buscar y cómo encontrar
pero con Jesús, una vez más, les falla. Además no son ellos los que buscan a
Jesús directamente sino que tienen a sus perros de caza para que vayan a buscar
a la presa. Discípulos que aún están en la inocencia del aprender, jóvenes que
son fácilmente manipulables, que se fían de sus queridos maestros. Esta si es
una actitud típicamente farisea; precisamente esta es la actitud que tanto
critica Jesús en el evangelio.
“Maestro, sabemos que eres
sincero, que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad…” Falsos
elogios, buenas palabras y reconocimientos, aderezado todo ello con malas
intenciones. ¿Envidia? ¿Confusión? ¿No aceptación por descuadre de ideas
preconcebidas respecto a lo que se esperaba? Seguramente no todos actuaban así
por el mismo motivo, lo que sí está claro es que Jesús les interroga, no les deja
impasibles: “¡Hipócritas!”.
Hemos de asegurarnos de que con
nuestras actitudes y decisiones personales, con nuestros convencimientos, no
arrastramos a otras personas sólo por el hecho de sentirnos más arropados y
legitimados. Lo único que puede legitimar nuestras actitudes es la coherencia
con la que las vivimos. Jesús no nos exige desde el principio la perfección
pero si la pureza de corazón.
Al final, la pregunta es lo de
menos. Jesús no ve malas intenciones en una simple pregunta que hubiese
respondido sin problemas si la intención de la misma hubiese venido desde un
corazón limpio. La intención es lo que cuenta en este caso, y en muchos otros
de la vida.
“¿De quién son esta cara y
esta inscripción?” En Jesús no encontrarían una actitud de rebeldía social
sin más. Jesús sabe que para que una sociedad justa funcione bien, hemos de
arrimar el hombro todos. Es cierto que hoy no hay Cesar (Al menos como
autoridad romana del imperio) pero si hay Dios. Jesús no elude sus deberes
cívicos, era un buen ciudadano y, precisamente por eso, creía en la convivencia
y el cumplimiento de las normas justas, pero por parte de todos.
Hemos de tener la suficiente
claridad, honestidad, humildad y limpieza de corazón, para que cada uno en
nuestras vidas sepamos discernir qué pertenece al César y qué pertenece a Dios.
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