La
presentación de Jesús en el templo es un hecho que nos da fe de la piedad y el
sentido de Dios que tenía la familia de Nazaret.
Hoy,
día de la familia, seguimos teniendo como ejemplo de nuestros hogares a la
familia que, en torno a Dios y por Dios, formaron José, María y Jesús. Ellos
supieron discernir, no sin dificultades,
en todos los momentos de sus vidas tanto personal como familiar, cuál era la voluntad
de Dios y la llevaron a cabo. María no lo tuvo fácil al aceptar el plan que
Dios tenía para ella, aunque siempre elogiemos y veneremos su gran sí, ella
tuvo dificultades en una sociedad que la hubiese visto como adúltera. José tampoco
tuvo unas circunstancias fáciles al acoger en su familia a un niño que no venía
de su carne y aceptar formar una familia pero, aún en las dificultades, la
familia de Nazaret supo anteponer el amor entre ellos y a Dios antes que sus
propios intereses, sospechas, miedos, desconfianzas…
Hoy,
día en el que la familia de Nazaret presenta al niño en el templo (ante Dios)
me pregunto si no estamos perdiendo el rumbo-sentido de nuestras propias vidas
cuando nos nace una “criatura” en nuestras familias. Hoy hay muchas familias
que ni se plantean bendecir a Dios, como lo hizo el anciano Simeón, ni
presentar a sus hijos ante Dios agradeciendo el don de la vida y ofreciendo los
frutos de la misma. Anteponemos nuestras fiestas y celebraciones (que suelen
ser simple junta y comida) a la bendición, presentación e ingreso en la Iglesia
que significa el bautismo.
Ser
agradecidos con Dios nos hará reconocer lo bueno que hemos recibido. Esa
actitud también nos hará educar en la libertad, el amor y la solidaridad a
nuestros hijos. Ser como la familia de Nazaret significa que tenemos la capacidad
de educar a nuestros hijos en la sana libertad del que decide su vida
asentándola en pilares robustos como el amor; construyendo así familias que
dejan de lado la educación egoísta y competitiva para asimilarse a la manera de
educar de la Sagrada Familia.
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