El tema de la corrección entre los hombres se
presta siempre a malos entendidos. Corregir al semejante sin otro ánimo que el
bien y el avance de la persona es difícil y delicado, parece como si el humano
siempre tuviera algún tipo de interés en beneficio propio que hace que el amor
fraterno puramente altruista se presente como un idealismo y utopía, que
raramente se da en su más pura esencia.
En el evangelio de Mateo hay casi lo que viene a
ser un "modus operandi" en relación a la corrección fraterna. Es preciso
que si hemos sido ofendidos por otro, bien directamente o bien como miembros de
la comunidad, que este lo sepa para que tenga la oportunidad de poner remedio.
De la misma manera es preciso que el tema no trascienda y que quede entre las
dos personas afectadas si se ha puesto remedio. Pero muchas veces no es
suficiente, y, en algunos casos, es necesario que otros sepan e incluso que
toda la comunidad conozca el tema.
Este pasaje viene precedido en el evangelio por
otros que están estrechamente relacionados con él y entre sí, y que tienen como
tema central el perdón.
Pero ¿Hay ofensas que no tienen margen para el
perdón ni personal ni comunitario? ¿Fue ya una segunda oportunidad o no hubo
tregua en el caso, de Ananías y Safira, que juzgó el apóstol Pedro?
La comunidad cristiana necesita del perdón
mutuo, de la comprensión y de la "humillación" fraterna y entre
iguales. Hemos pedido perdón públicamente ante la humanidad en varias
ocasiones, en la misma plaza de San Pedro del Vaticano, abrazando la cruz y revestidos
con liturgia penitente, pero creo que no sería bueno barrer la puerta de
nuestra casa únicamente, teniendo el interior de la misma a falta de mucha
limpieza.
Es cierto que gozamos de una Iglesia que
reconoce sus culpas y se muestra misericorde, atenta y comprensiva; una Iglesia
que mira al futuro con humildad, a la vez que con fuerza y con intenciones
reales de ecumenismo, pero hemos de estar atentos también dentro de nuestra
casa para no cometer errores que ya hemos cometido en el pasado. Nuestra
cerrazón y orgullo nos llevan, a veces, a no asumir el mal provocado y por
tanto a la falta de corrección.
Hay un gran riesgo que no ha traído precisamente
en muchas ocasiones la unión, sino más bien dispersión, exclusivismos y
grupúsculos, al leer e interpretar de forma aislada la frase "donde
dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
¿Dos miembros de la comunidad, de la
jerarquía...o dos ó más humanos sin apellidos confesionales? ¿En medio de quién
está Dios? ¿A qué reuniones "va" o con qué grupo de dos ó más está de
acuerdo?
Señor, danos luz para encontrarte, danos la
suficiente humildad que nos permita reconocerte también en los otros y
aceptarte también en medio de ellos. No permitas que nuestra sed de Verdad se
confunda con exclusivismo.
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