En
ocasiones trato de imaginarme la actitud, el gesto de Jesús en este tipo de
ocasiones en las que se enfrenta dialécticamente con las autoridades religiosas
de su tiempo. Digo que trato de imaginarme la actitud porque lo que no da lugar
a dudas, o a la imaginación, son las palabras claras, firmes y contundentes que emplea.
“¿Quién
de los dos hizo lo que quería el padre?”. Todos tenemos claro lo que es
correcto, lo bueno, la actitud adecuada y la que no lo es. Todos tenemos claro
que pueden más los hechos que las palabras, por muy prometedoras que estas
sean. Esto es lo que quiere transmitir Jesús en esta parábola, en la que les deja
claro a los representantes de la religión judía que de nada sirve que alcen la
voz y proclamen la rectitud moral y ética, de nada sirve que digan lo que
es correcto si en sus actos no se
refleja lo que predican. Pero todo esto lo hacía, siempre, con un estilo y
didáctica extraordinaria; primero captaba su atención, se los llevaba al
terreno de la adivinanza y casi el juego, planteándoles parábolas que atraían y
gustaban, para luego sentenciar la verdad, reprender la actitud de aquellos que
necesitaban entrar en el camino de la verdadera conversión.
“Os
aseguro que los publicanos y prostitutas os llevarán la delantera en el camino
del Reino de Dios”. Para Dios no es tan importante la fachada, ni la
impresión o apariencia que se da sino más bien lo que alberga el corazón de la
persona, y los frutos y acciones que de esté salgan.
Es
cierto que, quizás, las prostitutas y publicanos en tiempos de Jesús (hoy
personas que sufren múltiples tipos de exclusión y son miradas con recelo por
la sociedad del bienestar) no parecían gente de fiar o en la que confiar
ciertas tareas, labores y responsabilidades pero quizás, estas personas, son
las que tenían y tienen un sentido de la justicia más pura. Su estado de
necesidad y autoconcepto como personas limitadas, les permite mirar la vida con
ojos transparentes y sencillos que hacen que partan de lo básico, de la
justicia esencial y universal, y no de sofisticaciones legales propias de las
personas que ya tenemos lo necesario y más.
Que
el gran Maestro nos enseñe a vivir desde la coherencia de que lo que digan
nuestro labios lo vivan nuestras manos.