Parece
como si Dios esquivara la comodidad, el convencionalismo, y buscara lo menos
imaginable o esperado. Parece como si Dios nos quisiera desinstalar, reeducar;
Parece que Dios, el Dios que viene, no es el que en un principio se espera.
Pero Dios es Dios nos pese lo que nos pese y nos cueste lo que nos cueste
aceptarlo.
Parece
como si Dios, en un principio, quisiera llamar nuestra atención adecuándose a
lo que estaba anunciado por los profetas, a lo que se esperaba de Él… para
luego, y una vez captada la atención, reeducarnos y reconducirnos.
“…subió
desde la ciudad de Nazaret en Galilea hasta la ciudad de David, que se llama
Belén”. Se le esperaba de la estirpe de David y nace en su misma
ciudad, Belén; En el momento del dictado de un coincidente y más que sospechoso
censo. Un primogénito, con el sentido y la importancia que eso tenía en una
familia judía, y con la transcendencia y claridad que eso arrojaba para los
oyentes. Ángeles que anuncian, sueños… todo, absolutamente todo acompañaba,
todo eran señales, las señales más esperadas durante siglos para un pueblo
ansioso de justicia y de un verdadero Dios-Mesías-Libertador.
Pero
por otro lado, paralelamente, llega la desinstalación. Anuncio en sueños, pero
a ¿pastores? Nacimiento de un Mesías, pero ¿sin sitio humano donde ser acogido
y naciendo entre “animales”? Y por si
fuera poco los pastores reciben la señal clara de quién es y dónde lo hallarían,
para que no confundan, para que no se confundan, para que “olviden” sus
prejuicios religiosos de siglos: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre”. Los pastores (de todos los tiempos) no deben
olvidarlo, no han de confundir, no se han de confundir.
Jesús
nace al margen, en los márgenes de la sociedad de su tiempo. En el siglo I no
había mayor valor que el honor, y nacer entre bestias y sin sitio en mitad de
la noche no era precisamente un síntoma de honor familiar ni personal. Jesús
nace al margen del sistema social, entre los más pobres y desplazados; Desde su
nacimiento se identifica, es, un excluido de los sistemas capitalistas.
A la
misma vez que reflexiono y escribo, me siento más indigno de tener entre mis
manos la Palabra de Dios, más indigno de comentarla aunque lo intente hacer con
humildad. Temo que mi tecleo en el
ordenador sea un tecleo incoherente y que, una vez más, mientras esté cenando
con los míos al cobijo de un techo y al amparo de la hoguera, se me olvide que
en ese mismo momento habrá niños naciendo en el frio de la noche en cualquier
parte del mundo, que habrá madres/padres asustados porque no saben qué decirles
a sus hijos al no tener nada que ofrecerles, que se me olvide que fuera de la
casa cae hielo sin justicia ni piedad, y que ese hielo no es más duro que
nuestras actitudes e incoherencias. Y lo peor de todo Señor es que tengo miedo,
tengo miedo de no saber cómo resolverlo, o quizás de no tener el valor de
ponerme a ello.
Dios
sabe que nos está descuadrando, Dios sabe que sus hijos sienten temor en muchas
ocasiones, Dios sabe que tenemos miedo…“No temáis”; Esa invitación que Dios
nos hace, muchas veces a través de sus ángeles, es una muestra de que Dios está
en lo más intimo de nuestro ser, que nos conoce y se preocupa por nosotros. A
María le dice Gabriel: “No temas María…”.
A José en sueños: “No temas…”. A los
pastores: “No temáis…”. Dios vela, se
desvela y nos mima. No temas, el Señor está contigo/con nosotros. ¿Qué si no
significa Emmanuel? Dios-con-nosotros. No nos dejará; Sabe lo que nos preocupa,
lo que nos hace sufrir.
Dios
nace para quedarse. Dios ya está aquí para TODOS.
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