El
Adviento nos vuelve a traer a Juan el Bautista a nuestras vidas para aprender
de su propia torpeza y dudas. Una vez más está encarcelado El Bautista, y digo
una vez más porque fueron varias las que Juan estuvo preso en las mazmorras de
Maqueronte, seguramente porque de sus labios salían palabras tan condenatorias
que eran como látigos morales para los poderosos del momento. A temporadas le
metían en la cárcel para que callara y se calmara, pero cuando salía volvía con
más fuerza aún, anunciando a un Mesías que juzgaría y pondría a cada uno en su
sitio.
De
ahí precisamente viene la pregunta que Juan le hace a Jesús por medio de unos
discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”; El
concepto que tenía el Bautista del Mesías que debía llegar era aún muy
veterotestamentario. Esperaba más a un juez sin demasiada piedad que a un
hombre comprensivo, esperaba más a alguien que cumpliera de verdad la ley del
Talión que a alguien que predicara y practicara el amor sin condiciones. De ahí
su pregunta y sus dudas.
Hoy
nosotros quizás seguimos dudando de la efectividad del mensaje de Jesús, de su propio
estilo y forma de actuar, e incluso los mismos cristianos dudamos de que con el
“simple” amor podamos transformar el mundo. Pero esto, en parte, es porque
estamos muy hartos y cansados de palabras bonitas, sermones idealistas y largos
discursos que no llegan a hacerse realidad o a ponerse en práctica dentro de la
misma Iglesia y por tanto vemos imposible que algo que no puede practicarse en
una comunidad pueda llegar a regir el mundo. Es decir, tenemos nuestras dudas y
confiamos más en otros medios quizás más drásticos, como la cadena perpetua e
incluso la condena de muerte que practican algunas naciones, y en el ámbito
religioso-espiritual la condena eterna, perdiendo el valor de la esperanza,
misericordia y perdón que ofrece Jesús.
“Id a
anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo…”. Jesús tiene que
abrirle los ojos a Juan para que
descubra que el mundo, su pueblo, necesita y ansía otras propuestas. Que su
pueblo está cansado también, como nos puede pasar a nosotros, de palabras duras,
condenatorias y de una justicia que se predica pero que sólo llega a unos
pocos. Jesús habla y practica el amor a todos, incluso a los enemigos, da
esperanza con palabras y gestos (comen los hambrientos y sanan los enfermos),
predica la alegría y no el juicio eterno
y definitivo constantemente. Si todo eso sorprende y hace dudar incluso al que
tenía que anunciar la llegada del Mesías, con más razón aún sorprendería a los
demás. Pero repito que quizás nos sigue sorprendiendo también a nosotros porque no terminamos de
creernos y practicar, después de dos mil años, que es mejor vivir alegres, es
mejor que nuestro día a día sea un remanso de paz para nosotros y los demás, que nuestras palabras y obras hablen del proyecto de Jesús, el
proyecto del amor universal. Quizás todo ha de empezar con pequeños gestos que
sean signos de que el que tenía que llegar ya lleva mucho tiempo con nosotros
(está dentro de nosotros).
Todo
gran cambio nunca ha de pretender serlo sino que ha de empezar por pequeños
gestos, por decisiones personales que marquen a personas concretas. Adviento,
tiempo para cambiar…Adviento, tiempo para soñar.
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