María…
la mujer, la Madre…Quizás se nos olvida lo que realmente significan estos
adjetivos en la vida de la Virgen ya que nos hemos centrado, quizás más en un
pasado, en ensalzar la divinidad (en cuanto que participa de la divinidad de su
Hijo Jesús) a causa de los irreprochables dogmas con que la Iglesia ha envuelto
su ser. La Iglesia, en su afán de no menospreciar y preservar la pureza de
María, no ha dejado mucho margen para ensalzar su humanidad y su faceta como
madre; Un muestra de ello pueden ser las pocas referencias que hay de ella en
la liturgia; Quedando casi todas sus referencias humanas en la literatura
apócrifa.
Parece
que solo recordamos en Semana Santa que, siendo madre de Jesús, en la misma
cruz Él nos la deja como madre de toda la humanidad en la figura de Juan. El
resto del tiempo nos hemos centrado en resaltar más las características divinas
que las humanas.
Pero
fue Dios mismo el que quiso hacerse hombre, y para ello tuvo que nacer de una
mujer como lo hacemos nosotros. No sólo eso sino que tuvo que ser criado y
educado por su madre. Ella fue transmisora de valores, ella fue la que guió sus
torpezas infantiles hasta que Jesús fue autoconsciente de su ser.
En
un pasado, quizás, no se podía pronunciar el nombre de María si antes no iba
precedido del “Santa”, y hoy la figura de María es casi la gran olvidada si no
es por las devociones que la encasillan en advocaciones de gloria o pasión
pero, María, la Madre de Jesús, la Virgen escogida por Dios para educar y criar
a su Hijo está muy lejos de todo eso. Nuestras devociones y dogmas nos han
alejado de la verdadera mujer nazarena que hoy puede ser ejemplo para muchas
madres que viven situaciones similares a la suya. Situaciones en las que una
madre ríe y comparte las alegrías y éxitos de sus hijos, pero también las de
aquellas madres que sufren por sus hijos
en silencio y guardan en su corazón todo aquello que viven a su lado, madres
que crían solas a sus hijos porque no hay padre o habiéndolo es un
irresponsable, madres que aceptan las decisiones de sus hijos aun sabiendo que
se están equivocando, madres que lloran cuando un hijo les abandona o se lo
arrebatan en una guerra…
Hoy,
día de “Santa María Madre de Dios”, le doy gracias a Dios por habernos regalado
su encarnación convirtiéndonos, con ello, a todos en hermanos y, a su vez, en
hijos de María.