domingo, 2 de diciembre de 2018

Estimad@s amig@s de MiTabor7:
Después de tres años, todo un ciclo litúrgico completo, compartido con vosotro/as. Llega mi tiempo de desierto. No es un adiós sino un tiempo (este año que comenzamos) que dedicaré a la reflexión y silencio necesarios para poder seguir compartiendo de forma renovada, podría decir que será un Adviento un poco más extenso. El desierto es necesario para renovarse y crecer por dentro, para escuchar con más claridad la voz del Dios vivo que llevamos dentro.
No quiero despedirme sin dar gracias a Dios por vuestra compañía/lectura incondicional de mis reflexiones a lo largo de este tiempo.
Que Dios os bendiga. Nos reencontraremos de nuevo al final del desierto.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Un reino más allá de este mundo (Jn 18, 33-37)

“¿Eres tú el rey de los judíos?”; “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. ¿Qué decimos de los demás? ¿Hasta dónde damos credibilidad a lo que otros nos cuentan de algunas personas?
A veces me da la sensación de que nuestra comunidad está llena de cristianos de papel (cristianos que están registrados en los libros parroquiales y en partidas de bautismo, registrados en papeles pero sin vivir ni practicar los valores del reino predicado por Jesús); cristianos que tienen sus nombres registrados en la Iglesia, pero no su corazón. Creen por lo que otros les han contado, viven de historias y tradiciones sin haberlas meditado y digerido ellos primero. Y por eso, a la primera de cambios, nos vemos solos en las comunidades, gastando nuestros esfuerzos en atraerlos de nuevo a la comunidad en la que “nunca han estado”.
“Mi reino no es de este mundo”. Efectivamente, a Jesús no le interesa ser rey de este mundo como los reyes que gobiernan cosas y personas. El no quiere reinar en un mundo donde la violencia, la avaricia, el sin sentido y la cerrazón destruyen a las personas y ensucian el nombre de Dios. Él cree que otro reino es posible, un reino en el que las riquezas sean los valores universales  que nos ayuden a convivir en paz, un reino donde Dios, el Dios de la verdad, el creador de todo el universo que no discrimina razas, lenguas, religiones o peculiaridades de cualquier otra índole,  sea el Padre de todos.
“Yo para eso he nacido…para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Señor, qué difícil es aceptar y llegar a entender que tu voz resuena estos días en tantas cosas que deshacemos. Que tu voz es el grito desgarrador de un Padre dolido. Que tu grito es el de tantos inocentes que ven sus vidas truncadas (sean de dónde sean y de la religión que sean)  por las muerte injusta en manos de radicales que llevan tu nombre en los labios, ensuciándolo heréticamente, cuando con sus manos destruyen la vida que Tú has creado; o víctimas de aquellos que se guían por políticas de destrucción.
Naciste para ser testigo de la verdad y hoy estás más vivo que nunca, renaces en cada acto injusto, en cada palabra que ensucia tu nombre, en cada vida que cierra los ojos para encontrarse contigo como hijos pródigos que se marchan de este mundo porque otros les han echado.
Vergüenza me da sentarme delante del televisor y escuchar, y contemplar tanta barbarie, y tanto comentario inútil de políticos-diplomáticos que no resuelven nada porque no te ven, porque no te escuchan, porque no creen que estés hablando-gritando en las calamidades de nuestra sociedad.
Si de verdad no aceptáramos más rey que Tú, si de verdad creyéramos que eres el único Señor del universo no pasarían estás cosas. En tu cruz clavaron un letrero que rezaba así: “Este es Jesús el rey de los judíos”. Ojala entendamos que tu sufrimiento en la cruz no fue para adorarlo sino que precisamente Tú sufriste para que se acabara el sufrimiento de este mundo, para que lucháramos por abolir tanto sufrimiento inútil y no para contemplarlo impasiblemente.
Te ruego y acudo a Ti, e invito a mis lectores a que te miren con confianza para saber descubrir la Verdad, para encontrar la luz que nos falta cuando perdemos la razón, cuando te perdemos de vista.

sábado, 17 de noviembre de 2018

"Mis palabras no pasarán" (Mc 13, 24-32)

Estos signos de los que nos habla proféticamente el evangelista Marcos son herencia veterotestamentaria del profeta Daniel. Los judíos entendían perfectamente este lenguaje profético-apocalíptico, aunque para nosotros hoy sea difícil de entender. Todos esos signos tan sorprendentes anuncian cambios definitivos, cambios profundamente importantes.
Para los judíos y las primeras comunidades cristianas, los gobernantes de las naciones de aquel tiempo eran fieras, eran bestias (así lo refleja el profeta Daniel y lo recuperan los evangelios); bestias que no tenían compasión de los más pequeños ya que no gobernaban sino que abusaban. Pero la llegada de Jesús pone rostro bondadoso y cualidades humanas al verdadero rey del universo.
Estos cambios, estas señales tan alarmantes, no han de asustarnos sino todo lo contrario, debemos estar preparados; tenemos que cuidar ese amor a Dios cada día, porque esa es la manera de estar con Él. El amor entre Dios y los hombres no ha de ser intermitente sino que ha de ser una relación eterna, cuidada y mimada a cada instante. Si esto es así, cuando llegue el momento, podremos mirar a Dios, debemos mirarlo y alzar la cabeza con dignidad y sin miedo.
A lo que quiere animarnos este evangelio es a estar vigilantes, a actuar siempre de corazón, a no esperar para hacer el bien y actuar como verdaderos cristianos. Este evangelio nos invita a velar por la autenticidad en nuestro día a día y no solo cuando veamos las cosas oscuras o que llegan a su fin. Porque el cristianismo, el seguimiento de Jesús, no ha de ser de momentos (exclusivamente en ciertos tiempos litúrgicos porque son los que más nos gustan…), ni de refugio ante la desesperación o el ocaso de una vida, sino que ha de ser un estilo que marque nuestra trayectoria vital, porque no sabemos ni el día ni la hora en el que nos reuniremos con Cristo, y para ello tendremos que estar preparados. Esa preparación no es cosa de dos días, ni ha de ser apresurada o por la imposición de un sacramento, el de la unción, en los últimos minutos de existencia.
Durante mucho tiempo se ha entendido el estar en vela y vigilantes como el mantener una excesiva tensión y preocupación por cada acto, considerando todo aquello que se salía de unas normas casi espartanas, dictadas como preceptos por la Iglesia, como pecados (muchos de ellos mortales) que te llevarían al infierno. Todo esto no era otra cosa que losas difíciles de llevar que evitaban vivir con naturalidad y respirar libremente como hijos de Dios, viviendo continuamente amargados y amargando a los de tu alrededor sin la alegría que ha de caracterizar al cristiano.
Ese estar en vela significa no cerrar los ojos antes las situaciones que claman justicia y necesitan de nosotros. Es cierto, los cristianos no somos perfectos pero debemos intentar superarnos constantemente, eso no nos lo pueden exigir y quién lo haga es simplemente porque no es capaz de mirarse y ver que, con esa exigencia a los demás, está evitando ser responsable de lo que pasa a su alrededor, asignando la salvación-bondad del mundo a los demás; los cristianos no tenemos la exclusiva ni la absoluta responsabilidad de aniquilar el mal en el mundo, pero si sabemos que hemos de hacer algo y lo intentamos. Esa es la razón por la que nos preparamos para acoger a Dios en nuestras vidas cada día, siendo conscientes de nuestras debilidades y caídas pero también con afán de superación y deseos de más Dios en el mundo.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Predicar y dar ejemplo (Mc 12, 38-44)


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“¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse y que les hagan reverencias…; Y devoran los bienes de las viudas”. La Palabra siempre tan oportuna, siempre tan…viva. Este domingo Jesús nos avisa del cuidado que hay que tener con los letrados (la gente de altas posiciones y cargos importantes); “No es oro todo lo que reluce”, la corrupción está donde menos se espera. Roban a las viudas y los pobres con pretexto de largas oraciones y “pasaportes” directos hacia el cielo. Se lucran a costa de la buena voluntad y la confianza de la gente humilde.

Jesús no critica en esta ocasión la actitud corrupta de alguno/s dirigentes religiosos sino más bien la corrupción institucional de una autoridad, una clase social (la vinculada con el cuidado y representación del Templo), que se ha convertido en objeto de reverencia y sumisión, más por miedo a lo que representan que por convicción, de aquellos que se saben fieles.
Es fácil creerse, a fuerza de repetirlo, que todo lo que se dice y hace es así porque Dios lo quiere y desea. Esto ha pasado mucho en la historia de la humanidad, incluso hemos justificado (seguimos haciéndolo) muertes humanas en nombre de Dios absolutamente convencidos de ello. Jesús veía cómo la clase sacerdotal asumía y se otorgaba unas funciones que se extralimitaban de lo humano pero que, a la misma vez, se apoyaban en la misma humanidad para provecho propio; conocía cómo a costa de los pocos dineros de pobres y viudas se llenaban las arcas y las mesas del templo para comilonas y demás fastos. Esta corrupción del poder estaba tan asumida por el pueblo que era difícil de limpiar.
Solo hay una manera que genera aún más autoridad que la que ejercían los letrados, la autoridad de la extrema coherencia de aquellas personas que han sabido dar de lo que tienen sin tener demasiado, compartir aquello que no les sobra y representar a Dios mediante un carisma llamado “amor sin condiciones”. Esa era la autoridad que brotaba de las palabras y hechos de Jesús, y por eso mismo se ganó la muerte de manos de aquellos que no podían hacer otra cosa que buscar la manera de exterminarlo, porque cuando ya no hay más argumentos ni más medios para justificar el abuso, aparece la violencia más atroz.
“Se acercó una viuda pobre y echó dos reales”. No hemos cambiado tanto desde que Jesús les “pone las pilas” a los letrados y sacerdotes de su tiempo. El dinero que echó la viuda en el cestillo del templo con toda humildad y sacrificio, ya que a ella no le sobraba nada, se quedó para las abundantes comidas de los jefes de las sinagogas.
Y para nosotros queda el intentar dar razón de estas cosas, educar a los que ven y oyen esto y les hace retroceder, cuando no apartarse del todo de la comunidad. Como bien dice en otra ocasión Jesús: “Aquel que escandalizara a uno de estos pequeños, más le valdría colgase una rueda de molino al cuello y echarse al mar” (Mt 18,6).


sábado, 3 de noviembre de 2018

Lo primero de lo primero (Mc 12, 28-34)

Quiero romper una lanza a favor de los escribas, fariseos, saduceos y toda la clase contraria a Jesús de Nazaret. Gracias a ellos Jesús nos dio, nos sigue dando, lecciones de vida que jamás se han vuelto a dar ni vivir con tal intensidad. Gracias a las constantes provocaciones de esta clase social (la del Templo) tenemos encarnada y vivida hasta el extremo la Ley de la Vida, el Amor  (Disculpad esta ironía).
¿Qué mandamiento es el primero de todos? Una vez más Jesús, sin rechazar la ley, reinterpreta, renueva y supera toda ley humana.
Amar al Señor es relativamente “fácil”; amar-adorar a Dios sólo requiere de prácticas (la mayoría externas) que no implican demasiado a la persona sino más bien al culto vacío y superficial. En tiempos de Jesús cumplir la ley del Templo era primordial para demostrar el amor a Dios.
Jesús sabe que lo verdaderamente puro es lo que sale de dentro del hombre, del corazón. Y no hay nada que pueda salir y que podamos ofrecer con garantías de autenticidad, si antes no ha sido asumido y querido por nosotros mismos.
Amar a Dios… ¿Qué es amar a Dios? ¿Quién es y en qué está Dios? ¿Qué implica amar a Dios? Jesús está harto de ver cómo los que más amaban a Dios a los ojos del pueblo, los que más “cumplían” la ley eran los que menos vivían el primer mandamiento. Porque uno no puede amar a Dios si no ama a la persona, si no reconoce en la persona la mano creadora de Dios; porque si no se reconoce en uno mismo y en el otro la obra más perfecta de Dios, no se ama a Dios.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es difícil amar a los demás si uno no se ama a sí mismo. No, no estoy hablando de practicar el hedonismo que pone a la persona como centro de todo. No me refiero a un mero antropocentrismo vacío sino a algo mucho más profundo que casi está llegando a ser una pandemia moderna; el rechazo y la no aceptación de uno mismo, el no gustarnos a nosotros mismos, no estar convencidos de quién somos o cómo somos. No descubrirnos como don de Dios al servicio de los demás es el principio de la ruptura del primer mandamiento.
El amor de Dios ha de nacer desde lo más íntimo de cada ser creado por Él. Amándonos, cuidándonos, aceptándonos, descubriéndonos como hijos suyos… podremos amarle a Él y, por consiguiente, podremos irradiar y ofrecer amor hacia los demás. Porque nadie puede dar lo que aún no tiene.
 

sábado, 27 de octubre de 2018

Cegueras voluntarias (Mc 10, 46-52)

“Al salir Jesús de Jericó…”. Jesús ya está cerca de la ciudad de Jerusalén; le sigue mucha gente. En Jericó Jesús va “despidiéndose” de muchos pueblos y gentes porque sabe que no volverá después de pisar Jerusalén, el mensaje de su enseñanza es claro y sus signos firmes y determinantes.
“El ciego Bartimeo… al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar”. En el relato se nos dan datos precisos de este ciego, Bartimeo hijo de Timeo; esto quiere decir que tanto el padre como el hijo eran conocidos y, seguramente, pertenecían a la primera comunidad cristiana (por tanto el seguimiento de Bartimeo, que vemos al final del relato, fue consecuente hasta el final).
Está claro que este ciego demostró valentía y una fe clara en Jesús. Un enfermo en tiempos de Jesús sufría aislamiento, discriminación y cargaba con el pesado lastre de ser acusado de pecador, porque la enfermedad se consideraba un castigo de Dios. Si a esto le unimos que Bartimeo sufría ceguera, su dependencia de los demás era aún mayor.
“Hijo de David, ten compasión de mi”. Este grito no fue un grito cualquiera, era una llamada desesperada pero esperanzada hacia alguien a quién ya reconocía como Mesías. Es toda una profesión de fe gritada a los cuatro vientos. Seguramente la inmensa mayoría de la gente que seguía a Jesús por el camino tenía sus dudas y reparos respecto a Él, aunque lo estuvieran viendo con sus propios ojos. Sin embargo, es un ciego e impedido el que da el gran y valiente paso de reconocer en Jesús al esperado. Jesús no pasa de largo, oye entre la multitud las voces que le llaman con fe. Jesús se compadece y no deja escapar ese ejemplo de fe pública.
Hemos visto como en domingos anteriores la Palabra, el evangelista Marcos, nos presentaba a personajes y situaciones (el joven rico o los discípulos Santiago y Juan y su atrevida petición); ejemplos claros de rechazo de las propuestas de Jesús y de búsqueda interesada. Sin embargo, Bartimeo representa todo lo contrario; un reconocer en Jesús alguien más allá de lo simplemente visible y la búsqueda de su compasión y aceptación, para posteriormente seguirle con alegría y fidelidad.
“Muchos le regañaron para que callara…”; “Ánimo levántate que te llama”. ¡Qué difíciles y contradictorios somos los humanos muchas veces! ¿Verdad? Por un lado le mandan callar y le regañan por el escándalo y lo que proclamaban sus palabras pero, de inmediato, cambian de posición y le animan a que se levante y se acerque a Jesús porque este lo llama.
A veces somos oportunistas, tenemos poca personalidad y no sabemos discernir por nosotros mismos lo importante de las situaciones, o simplemente no nos atrevemos por “el qué dirán”. Somos cambiantes y eso hace que, por un lado cometamos injusticias y, por otro, no estemos en el momento preciso en que nos necesitan. Hemos de aprender a ser valientes y posicionarnos ante la verdad, a defender y valorar lo que creemos que está bien o no, delante de amigos, familia, detractores…
“¿Qué quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver; Anda tu fe te ha curado… y lo siguió por el camino”. A veces no se trata de ceguera física; como bien dice el refrán: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver”, y es que nos empeñamos en no ver lo que muchas veces tenemos delante de los ojos. Rechazamos a Dios, no lo llamamos ni le buscamos aún sabiendo que pasa a nuestro lado.
El ciego quiere ver lo que ya cree, lo que ha creído porque otros se lo han contado. Ahora quiere ver porque además quiere seguirle físicamente, ser uno de los suyos. Jesús acepta este seguimiento, valora su autenticidad y fidelidad; y Bartimeo, que al recobrar la vista no ha quedado decepcionado al ver a Jesús, le sigue con gozo proclamando con sus hechos y con su seguir a Jesús lo que antes, estando impedido, había gritado al borde del camino.

viernes, 19 de octubre de 2018

"Vosotros nada de eso" (Mc 10, 35-45)

La actualidad del evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras actitudes más cotidianas, a veces erróneas pero, al fin y al cabo, humanas.
“Se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo”. Santiago y Juan aprovechan su posición dentro del grupo de los doce. Su padre “el Zebedeo” gozaba de la amistad de Jesús y ellos pensaban que esa amistad les ayudaría, les daría ventaja.
El tema de las influencias, los “enchufes”… Estamos acostumbrados a ver cómo el tema de los favoritismos ha hecho que algunas personas ocupen puestos importantes, consigan trabajos… mientras otras, que quizás tengan más méritos y cualidades, se ven apartados por no tener a nadie que abogue por ellos.
Jesús es justo, está solícito cuando se le pide ayuda: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”, pero eso es una cosa, y otra bien distinta es que construya para unos, acosta de ser injusto con otros; “No sabéis lo que pedís”.
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Jesús les pide que pisen tierra firme, que no estén tan pendientes de un puesto predominante en el cielo cuando hay mucho que hacer aún en la tierra. Les hace ver que el proyecto del reino de Dios comienza aquí, y eso es lo que labrará un futuro delante de la presencia de Dios. Jesús está dando ejemplo, enseñado aquí, por tanto la decisión de lo que pasará en el cielo no le toca a Él.
“Los otros diez al oír aquello, se indignaron…”. La manera en la que se acercan a Jesús los dos hermanos, solos y con secretismo para que nadie supiera lo que tramaban o pedían, enfada a los otros.
Es molesto saber que en nuestros trabajos, grupos de amigos, en nuestra vida… hay gente que quiere conseguir todo por la vía rápida, con el menor esfuerzo posible y a espaldas de los demás.
“Vosotros nada de eso”. Pero Jesús nos invita a tener otra actitud. A ir siempre con la verdad por delante, a dar la cara, a esforzarnos por nuestro trabajo aquí, y a la vez a confiar en Dios. Cuando nos damos sin condiciones, sin medida, a los demás; cuando trabajamos con dignidad, justicia y responsabilidad, estamos trabajando por el reino que comienza aquí. Urge en la iglesia una nueva forma de entender la autoridad, no como poder ilimitado sino más bien como servicio. Ser el último, no anteponernos a los demás y estar al servicio de todos es el camino.
Los discípulos, después de la lección de Jesús, entendieron lo que debían hacer y cómo lo debían hacer. La iglesia (jerarquía, religiosos y laicos) debe estar en continua revisión en relación al ejercicio de la autoridad que tiene.