viernes, 9 de noviembre de 2018

Predicar y dar ejemplo (Mc 12, 38-44)


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“¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse y que les hagan reverencias…; Y devoran los bienes de las viudas”. La Palabra siempre tan oportuna, siempre tan…viva. Este domingo Jesús nos avisa del cuidado que hay que tener con los letrados (la gente de altas posiciones y cargos importantes); “No es oro todo lo que reluce”, la corrupción está donde menos se espera. Roban a las viudas y los pobres con pretexto de largas oraciones y “pasaportes” directos hacia el cielo. Se lucran a costa de la buena voluntad y la confianza de la gente humilde.

Jesús no critica en esta ocasión la actitud corrupta de alguno/s dirigentes religiosos sino más bien la corrupción institucional de una autoridad, una clase social (la vinculada con el cuidado y representación del Templo), que se ha convertido en objeto de reverencia y sumisión, más por miedo a lo que representan que por convicción, de aquellos que se saben fieles.
Es fácil creerse, a fuerza de repetirlo, que todo lo que se dice y hace es así porque Dios lo quiere y desea. Esto ha pasado mucho en la historia de la humanidad, incluso hemos justificado (seguimos haciéndolo) muertes humanas en nombre de Dios absolutamente convencidos de ello. Jesús veía cómo la clase sacerdotal asumía y se otorgaba unas funciones que se extralimitaban de lo humano pero que, a la misma vez, se apoyaban en la misma humanidad para provecho propio; conocía cómo a costa de los pocos dineros de pobres y viudas se llenaban las arcas y las mesas del templo para comilonas y demás fastos. Esta corrupción del poder estaba tan asumida por el pueblo que era difícil de limpiar.
Solo hay una manera que genera aún más autoridad que la que ejercían los letrados, la autoridad de la extrema coherencia de aquellas personas que han sabido dar de lo que tienen sin tener demasiado, compartir aquello que no les sobra y representar a Dios mediante un carisma llamado “amor sin condiciones”. Esa era la autoridad que brotaba de las palabras y hechos de Jesús, y por eso mismo se ganó la muerte de manos de aquellos que no podían hacer otra cosa que buscar la manera de exterminarlo, porque cuando ya no hay más argumentos ni más medios para justificar el abuso, aparece la violencia más atroz.
“Se acercó una viuda pobre y echó dos reales”. No hemos cambiado tanto desde que Jesús les “pone las pilas” a los letrados y sacerdotes de su tiempo. El dinero que echó la viuda en el cestillo del templo con toda humildad y sacrificio, ya que a ella no le sobraba nada, se quedó para las abundantes comidas de los jefes de las sinagogas.
Y para nosotros queda el intentar dar razón de estas cosas, educar a los que ven y oyen esto y les hace retroceder, cuando no apartarse del todo de la comunidad. Como bien dice en otra ocasión Jesús: “Aquel que escandalizara a uno de estos pequeños, más le valdría colgase una rueda de molino al cuello y echarse al mar” (Mt 18,6).


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