sábado, 29 de septiembre de 2018

El Espíritu universal (Mc 9, 38-48)

La Palabra está siempre de asombrosa actualidad, pero este pasaje quizás con más claridad que otros. Nuestro mundo se encuentra en una situación que necesita apertura, solidaridad y respeto a la diversidad. Hoy más que nunca es necesaria la actitud de valorar más lo que une que lo que separa, de no reducirse a “nuestros grupos” o sólo a nuestra gente. Nuestra solidaridad ha de estar más allá de las razas, los pueblos y los credos. Parece como si el mismo Jesús nos estuviera invitando estos días a leer constantemente esta Palabra: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
A veces los cristianos hemos estado, estamos, tentados de condenar todo aquello que no es de nuestra línea, no damos cabida a la diversidad aunque de ella se desprendan buenas obras y bien al prójimo. A Jesús no le interesa que el grupo de sus seguidores tenga más o menos número sino que todos (tanto los que le siguen como los que no) entiendan que es posible un mundo mejor; que hay una buena noticia que puede y debe llegar a todos, y los medios y las personas para alcanzarlo pueden ser muchos.
“No se lo impidáis…”. Por eso reprende la actitud de sus discípulos cuando le comentan que han prohibido a alguien, que no era del grupo, hacer el bien; porque la buena noticia ha de estar por encima de un grupo u otro, porque el que actúa haciendo el bien tiene todo su respeto.
Nadie debe creer que tiene la exclusiva de la solidaridad y la ayuda al prójimo. No nos tiene que molestar que otros ayuden, aunque no sea a nuestro estilo. Los cristianos tampoco tenemos la exclusiva de la salvación. Si por afán de dominar exclusivamente el cómo se ha de hacer las cosas, escandalizamos, asustamos e incluso amenazamos a gente humilde, haciéndoles creer que si no son de los nuestros no encontrarán nunca a Dios plenamente, más vale que cortemos nuestra lengua (nuestros miembros) antes de seguir hablando y actuando de esa manera. Jesús es claro a este respecto, la misericordia el bien y la solidaridad están por encima de las confesiones o pertenencias a grupos cerrados, que por sentirse exclusivos pueden convertirse en sectarios.
El Espíritu de Dios no puede enjaularse en ninguna estructura humana por mucho que nos empeñemos, porque el Espíritu es eterno, está mucho antes que nada y permanecerá, sobrevivirá a todo hombre y mujer, estructura, pensamiento-ideología… y cuando todo eso haya pasado, el Espíritu de Dios seguirá iluminando las buenas obras de otros hombres y mujeres que no habrán conocido nuestras estructuras.
Los cristianos hoy tenemos una llamada a la apertura solidaria, al respeto de otras culturas, razas y credos predicando con nuestros actos, con nuestra mirada; llevando a Jesucristo en nuestras manos y buen hacer,  y no sólo en nuestras doctrinas dogmáticas.

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