Resultan
curiosos los movimientos de Jesús. En pasajes anteriores le vimos en las regiones
del centro-sur recibiendo el bautismo, y ahora sube a Galilea, al norte, para
comenzar a anunciar la “Buena noticia de Dios”. Él nace en el sur, Belén de
Judá, y seguramente después durante su infancia viviera en el norte, pero a los
doce años le vemos en el templo enseñando a los doctores (por tanto de nuevo en
el sur). Continuamente de norte a sur con parada en el centro, Samaría, y
viceversa.
Lo
que está claro es que Jesús conocía muy bien su tierra, a su gente. Sabía de los
problemas de la gente sencilla (norteños y sureños), sabía de sus necesidades,
anhelos y esperanzas.
La
palabra “evangelion” significa buena noticia. Pero cuando esa buena noticia
viene de Dios es doblemente buena para un pueblo que estaba acostumbrado a
noticias malas, a fardos pesados, sentimientos de culpa… que venían creados por
los representantes de Dios, por el Templo, por la religión.
Nadie
con un mínimo de sensatez invita a seguir e imitar su estilo de vida si no
tiene claro lo que quiere. Y desde luego también al contrario, tampoco se
muestra mucha cordura si se sigue a alguien que no transmite esa seguridad y
fortaleza. “Venid y lo veréis” pudimos escuchar la semana pasada en la Palabra,
y ahora es aún más claro “Venid y os haré pescadores de hombres”.
Jesús
tiene claro su proyecto para instaurar el Reino. Esa claridad no fue cosa de
dos días ni algo improvisado. Los movimientos de Jesús a los que me refería
antes, le sirvieron para saber por dónde debía comenzar, a quién llamar y qué
decir y proclamar.
Sabemos
que Jesús no era un rabino al uso, Él llamaba y buscaba a sus discípulos en los
lugares y ambientes menos habituales para los rabinos de su época. Entre la gente
humilde, ignorantes en la lectura y escritura pero conocedores de la realidad
del pueblo, porque ellos eran parte del mismo. A Jesús no le van las cátedras y
enseñanzas de libro. Jesús prefiere que su cátedra no sea fija, el no tiene
escuela propia ni sus oyentes son siempre los mismos todos los días, porque lo
que tiene que proclamar no ha de quedarse para unos pocos sino que ha de ser
escuchado por todos.
Durante
esta semana pasada hemos podido ver lo especial y distinto de Jesús respecto a
lo establecido (tanto en lo que se refiere a las normas, como a la relación
interpersonal). Hemos visto el concepto del sábado que tiene Jesús y también
cómo Él llamó a los que quiso. Que Él llamara no quiere decir que no tuviera
seguidores que se acercaron por su propia voluntad a Jesús y fueran acogidos.
Lo que si dejaba claro Jesús, de palabra y obra, es que el seguimiento y
trabajo por el Reino sería exigente.
Trabajar
en y desde el Reino ha de cambiarnos. La Iglesia no puede seguir anquilosada en
el miedo al qué dirán, o a no “respetar” la tradición de siglos. Hay conceptos
y formas de entender “los sábados” que hay que cambiar ya, siendo conscientes
de que eso creará rupturas e incluso divisiones en el seno de la misma
comunidad. Pero por otro lado, el seguidor de Jesús tiene que tener claro que
el cambio ha de comenzar por él, que no es posible cambiar estructuras
comunitarias que han quedado obsoletas sin un cambio personal. No sería
demasiado coherente ni justo el pedir un cambio a la iglesia como comunidad, que
el cambio empiece por otros, y a nivel personal no mover ficha, quedarse e
instalarse en la comodidad de la crítica fácil. El Reino empieza por ti, por
cada uno de nosotros, porque Cristo sigue llamando de manera personal, porque
Él se acerca a tu cotidianidad, se acerca cuando estás repasando las redes de
tu rutina diaria y te invita a dejar lo que estás haciendo “Ven y sígueme”;
ahora depende de ti el dejar las redes y seguirlo.
La
Buena Noticia no es algo que haya que esperar sino que ya está presente en tu
vida, solo has de descubrir que Dios forma parte de ella, aceptarte como eres,
aceptar a los demás y creer que dentro de todas las vidas está el Dios de la
Vida. Para ello es necesaria la conversión de la mera racionalidad-mentalidad,
de nuestros prejuicios y seguridades (“dogmas cotidianos”), a lo universal del
corazón.
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