En
este pasaje Lucas nos regala todo un discurso breve de Jesús plagado de
símbolos, que tanto para el judaísmo como para el cristianismo posterior han
estado y están cargados de significado.
Fuego
y agua (nos habla de la necesidad de pasar un por bautismo), ambos que parecen
antagónicos, son sin embargo complementarios en este discurso en el que Jesús nos
invita, a través de esta simbología, a la acción, al cambio y a salir del inmovilismo.
“¿Pensáis
que he venido a traer paz al mundo? No, sino división”. Peligrosas
palabras si no se saben leer correctamente e interpretar adecuadamente. Nos dan
la impresión de un Jesús al que estamos poco acostumbrados, un tanto violento o
despiadado, sin embargo aquí vemos a un Jesús que es realista y consciente de
que el mensaje que propone, el mensaje del reino de Dios, inevitablemente dividirá
y descolocará. Quién opta por el Reino de Dios y es capaz de llevarlo a la vida,
desestabiliza algunas de las estructuras que los humanos hemos ido creando.
Porque no es lo mismo ser que no ser cristiano, porque no se actúa igual siendo
que no siendo cristiano. No es que seamos especiales, es que simplemente somos
distintos, y eso lo notamos en cualquier conversación, por trivial que sea, con
nuestros amigos e incluso familiares, no solo con los que atacan frontalmente a
la iglesia sino también con los que pasan de lo que en ella se cueza.
Por
otro lado me resulta gracioso cuando los que no son cristianos o al menos no
comulgan, se permiten el lujo de afirmar que los cristianos hacemos poco por el
mundo. Parece que cuando hay alguna necesidad, catástrofe o cualquier otra
situación que requiera solidaridad, los cristianos fuéramos los primeros que
tenemos que estar, si no los únicos. Hay que hacer entender que nosotros no
tenemos la patente de la solidaridad, ni estamos marcados desde nuestro
nacimiento como los arregla problemas del mundo. Es cierto que podemos y
debemos hacer más, pero no es de recibo que nos lo digan los que hablan desde
la comodidad del nihilismo absoluto (más bien pereza, porque al menos el
nihilismo es una corriente de pensamiento y la pereza es una actitud egoísta
que afecta incluso al pensar).
“En
adelante una familia…estará dividida”. También es fácil malinterpretar
esta frase si no se tiene en cuenta cual era la estructura familiar en tiempos
de Jesús. El patriarca era la única y absoluta autoridad dentro de la familia.
La estructura patriarcal era, en la mayoría de las ocasiones, la causante de la
falta de libertad de los hijos e hijas ya que el padre mandaba, como rezaba la
tradición, el futuro que cada hijo debía tener, con quién debían casarse e
incluso en qué trabajarían. Era por tanto muy difícil que alguien pudiera
escuchar la voz de su interior y pudiera seguirla, era imposible que alguien se
planteara otro tipo de vida al que le habían reservado.
El reino
de Dios invita a la justicia y la libertad, invita a la humanización y la
personalización. Jesús quiere que cada persona se sienta libre para poder
elegir, para poder escuchar al Espíritu y actuar acorde a la justicia. Por esta
cuestión, si alguien se unía al grupo de Jesús debía romper con la familia no
sólo físicamente sino en la tradicional forma de pensar y actuar. Esa es la
razón por la que Jesús afirmaba que las familias se separarían.
Hoy
la estructura familiar es otra, y las familias se separan por otras cuestiones.
Y quizás, dándole la vuelta a la tortilla y a este pasaje del evangelio, sea Jesús
y el proyecto del reino lo que pueda volver a unirlas.
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