El
número y la calidad de los salvados, la preocupación en exceso por la salvación
eterna sin atender demasiado al verdadero camino para alcanzarla centrándonos
en las formas, que sólo son eso… formas. Jesús sabía de esta preocupación y
también de la idea que se tenía de cómo alcanzarla en su tiempo (quizás no muy
distinta a nuestro concepto actual pese a los siglos pasados ya).
“Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha”. Es cierto que, respecto a la mentalidad
de la época y a la nuestra incluso, Jesús despista y parece abrir demasiado el
abanico de la salvación (afirma que la
salvación también es para pobres, enfermos, pecadores, publicanos, prostitutas…)
dando la impresión de que nadie se quedará sin salvarse y, en consecuencia, que
hagas lo que hagas la alcanzarás porque Dios es eternamente misericordioso.
Pero lejos de esta idea Jesús nos invita a entrar por la puerta
pequeña-estrecha. La apertura de Jesús no hay que confundirla con la
permisividad absoluta. Son las obras de misericordia las que harán que Dios nos
abra las puertas de la salvación y nos invite a entrar, y no las formas o
normas establecidas por cualquiera de las religiones existentes.
Como
he dicho en otras ocasiones Jesús no funda, ni fue su intención, ninguna
religión; No es un maestro que dicte normas, sino un maestro-profeta que
anuncia la Buena Nueva, absolutamente nueva, de que todos los hijos de Dios, la
humanidad entera, está preparada para la salvación si vive y construye su vida
desde la bondad del amor y la entrega a los otros. A Jesús le preocupa más la
ética humana que la liturgia desvinculada de la vida.
“Vendrán
de oriente y occidente…”. Jesús deja claro que no por conocerle a Él se
tiene garantizada la salvación, porque aun es peor si conociéndole no se le
sigue. Es decir, que gentes de otros lugares y religiones estarán invitados al
banquete, conocerán a Dios cara a cara, porque ya lo han conocido y seguido en
su vida terrena. En cambio, quizás, los que nos creemos cristianos o creemos
conocer a Jesús no tenemos garantizada la salvación si realmente no hemos hecho
un ejercicio de purificación y de conocimiento real, olvidándonos de nuestras
normas y leyes (incluida la Iglesia con normas que alejan más que acercan e
invitan al amor) y acercándonos con humildad al verdadero Cristo, que no es el
Cristo que hemos querido crear sino el que es. Porque esto nos queda muy claro
ya desde la Antigua Alianza: “Yo soy el
que soy” (Ex 3, 14), y no el que tú quieres que sea.
“Hay
últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. El fenómeno
Jesús es mucho más universal de lo que los cristianos nos creemos. Es algo tan
maravilloso, incontrolable y divinamente “desorganizado”, que se escapa de
cualquier mano humana (incluida la mano de la Iglesia) que tuviera pretensiones
de adueñarse de Él o patentarlo. Los cristianos deberíamos hacer más gala de
nuestro de nuestro apellido, católicos, y aprender realmente lo que ello
significa. La universalidad, tanto física como mental-espiritual, a la que
estamos invitados por llevar ese apellido que ya desde los albores del judeo-cristianismo
nos acompaña.
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