Este
pasaje está contextualizado en una comunidad primitiva (judeo-cristiana) que
esperaba esa inminente venida (la segunda venida) de Jesús y vivía tal espera
con temor y sin saber muy bien cómo prepararse.
“No
temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”.
Jesús nos invita a no tener miedo al dejar de aferrarnos a nuestras seguridades
humanas. Nos invita al abandono en Dios, a la absoluta confianza, no sólo en
nuestro día a día (en las cosas más básicas para la supervivencia) sino que es
una invitación a la elección de un estilo de vida que impregne todo nuestro ser
y nuestro quehacer, un estilo de vida que tenga como base e inspiración el
Reino de Dios. Porque hablar del Reino de Dios es hablar de Dios mismo como
bien afirma B.D.Chilton: “El Reino de Dios es Dios mismo”.
No
hay día que pase y que no me cuestione mi estilo de vida, mí día a día como
cristiano. No hay día en el que después de leer el evangelio y levantar la
vista de la escritura para observar mi entorno doméstico, no me plantee si
realmente lo estoy haciendo bien o he entrado en un proceso descafeinado del
que es muy difícil salir y en el que urge una solución. Nos han educado,
estamos educando a nuestros pequeños, en un cristianismo de la buena obra pero
sin salir de nuestra comodidad personal, en un cristianismo del dar de lo que
nos sobra o al menos de lo que no necesitamos para vivir, pero la Escritura es
clara: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”.
Hace
dos mil años Jesús invitaba a la vigilancia con la parábola de los criados de
las lámparas encendidas, y hoy nos sigue invitando a estar vigilantes en
una Iglesia que, en no pocas ocasiones, se acomoda y relaja ante los
acontecimientos de este mundo que, según interpreto yo, representan al señor de
la casa. Cristianos dormidos mientras su señor está en este mundo reflejado en
miles de acontecimientos que necesitan de nuestras lámparas encendidas y
nuestros pies prontos y cinturas ceñidas para la acción. Cristianos que miramos
impasibles las pantallas planas de nuestros hogares para quedarnos igual de
planos ante tales hechos, porque son tantos los acontecimientos que requieren
obrar desde el Reino, y tan rápidamente contados y visualizados en los telediarios
(crónicas que parecen preanunciar el apocalipsis) que nuestra mente parece no poder
asumirlos y como mecanismo de defensa se acoge a la indiferencia.
“Al
que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, mas se le
exigirá”. Pero no se trata de que los cristianos debamos o nos sintamos
en la obligación de solucionar el mundo, sino de que estemos vigilantes a
nuestras miradas, nuestros pequeños gestos, nuestra economía y comodidades personales,
y podamos brindar aquello que tenemos sin miramientos. Porque tampoco se trata
de querer alcanzar la gloria a fuerza de cantidad desmesurada de buenas obras
en un puro y descontrolado “activismo para la salvación” (ya que si no
volveríamos a la eterna disputa de la salvación por la gracia o por las obras)
sino de saber orientar y dar sentido a nuestra vida desde la frescura y
autenticidad del Reino, y poder vivir tranquilos y felices como cristianos, sin
que ello nos quite la paz o nos haga sentir miedo.
Jesús
no quiere que tengamos miedo, no podemos permitirnos el lujo de tener miedo en
una iglesia que nació para sanar y acompañar, para consolar y querer, para amar con locura, porque loco es
el que ama el Reino y lo lleva a su vida con todas las consecuencias. Y si
estamos en una Iglesia en la que permanecemos presos del miedo, estoy seguro de
que dicha Iglesia no es continuadora del Jesús que supuso transgresión y
ruptura con los miedos y esclavitudes que unos hombres a otros nos empeñamos en
imponer.
Y tú
¿Cuánto has recibido? Y ¿Cuánto estás dispuesto a dar?
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