Una
vez más vemos a Jesús enseñando desde lo cotidiano. Enseñando que las cosas más
grandes se hacen desde lo pequeño, que los valores que deben mover la vida del
hombre han de empezar desde los gestos más humildes para terminar dándole
sentido a toda una existencia.
Una
vez más Jesús está sentado a la mesa, invitado por un fariseo. El acto de
sentarse a la mesa no era algo banal dentro del judaísmo, conllevaba toda una
carga de sentido humano, social e incluso espiritual. Cuando alguien invitaba a
otra persona a entrar en su casa y lo sentaba a su mesa para compartir el
alimento y la bebida, estaba reconociendo que estaban a la misma altura social.
Jesús conocía y participaba de toda esta antropología de la mesa y por eso
acepta invitaciones y se sienta a comer y beber con toda clase de personas.
Pero
eso no significa que dentro de la invitación no haya cierta hipocresía o que
todo sean buenas intenciones. Aún así, Jesús acepta y participa de la mesa, muchas veces “envenenada”, de fariseos y
personas que intentaban pillarlo en algún renuncio ya que no hay nada mejor que
dar una lección aprovechando el error de alguien.
“Notando
que los convidados escogían los primeros puestos…”. Ser siempre los
primeros, eso es lo que queremos, es lo que nos han enseñado desde pequeños que
tenemos que estar entre los primeros y ser los mejores en todo lo que hagamos.
Y es de ahí de donde nacen los peores traumas, desilusiones y la baja
autoestima, es de ahí de donde nos viene el pensar muchas veces que nos estamos
a la altura ¿A la altura de qué? ¿De lo que otros han pensado para nosotros?
¿De lo que otros quieren que seamos o que sea toda una sociedad? No hay nada
mejor que la grandeza y el tesoro de la individualidad, el sabernos únicos e
irrepetibles. Aunque todo esto entraña también sus riesgos, como el confundir
nuestra exclusividad de hijos de Dios con el creernos mejores que nadie. Es
entonces cuando queremos estar siempre en el candelero o la parrilla de redes
sociales aparentando lo que no somos. En esta sociedad en la que la gente
conoce “toda” nuestra vida porque nosotros mismos la colgamos en la autopista
pública de la red de redes, reflejo de nuestro afán de protagonismo, nos
ansiamos intentando mostrar al mundo que somos felices con miles de fotos que
no muestran más que nuestro ser exterior en momentos puntuales (por supuesto
sin generalizar ni demonizar las redes sociales que tanto bien hacen en
ocasiones, ni meter en el mismo saco a todas las personas).
“Cuando
te conviden vete a sentarte en el último puesto”; “…Porque todo el que se
humilla será ensalzado”. Pero Jesús aboga por la discreción, aboga por
la humildad. Porque, paradójicamente, será la humildad la que te ensalce y te
lleve al primer puesto si es que realmente te lo mereces. A veces nos puede el
afán de protagonismo rápido sin reparar en si realmente tenemos cualidades para
tal o cual cosa. Es la osadía y vanagloria la madre de muchas personas que
creen que por tener un cargo determinado, sentarse en un sillón u otro o
aparecer en una foto determinada tienen una categoría superior al resto de los
mortales.
“Cuando
des un banquete, invita a pobres…; dichoso tú porque no pueden pagarte…”.
¿A quién invitamos a nuestros banquetes y quién se sienta en nuestras mesas?
¿Con quién celebramos el nacimiento de Dios en navidad o celebramos la
resurrección? Si sólo lo hacemos con nuestros amigos o familiares ya hay algo
que tenemos que cambiar. Sí, es cierto que parece una locura plantear esto en
nuestra sociedad occidental del bienestar, pero no estaría haciendo justicia al
evangelio si no hablara claramente de este tema, reconociendo que nos queda
mucho camino por recorrer, reconociendo que no solo nos separa el tiempo y la
cultura del Jesús de Nazaret a quién seguimos, sino que quizás también nos
separa la forma en la que le seguimos respecto a lo que realmente Él nos
enseñó. Jesús toca de nuevo en esta enseñanza el tema del interés. Hacer algo
por alguien que sabes que después te puede devolver el favor o porque te interesa estar a bien con esa persona en
un futuro, no es propio de un cristiano sino más bien propio del interés
humano. Jesús nos invita a hacer las cosas de corazón, con una caridad sin
intereses. Es más, nos invita a trabajar y ayudar a los que sabemos de antemano
que no podrán pagarnos o devolvernos nada, porque un seguidor de Jesús no ve su
recompensa en lo inmediato, ni siquiera en lo humano, sino que ya es una
recompensa en sí el trabajar por el Reino, el conocer y sentir a Dios en tu
vida, ya nuestra recompensa está más allá de lo humano, será la resurrección.