“Ahora
es glorificado el Hijo del hombre…”. Jesús sabe de su traición, conoce
a los suyos y sus intenciones, y sin embargo no afronta dicha traición con
revancha, sino que la asume y ve en ella el cumplimiento de su misión, ve en
ella la gloria de Dios, el medio para la realización del Reino.
“Me
queda poco de estar con vosotros”. Igualmente Jesús es consciente del
poco tiempo del que dispone. Debe ser conciso, debe transmitir a sus discípulos
lo que considera nuclear para el anuncio y cumplimiento del Reino, y por eso
les deja un mandamiento nuevo.
“Que
os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Tan sencillo, pero
a la vez tan complejo. Algo tan aparentemente gratuito y agradable, es una de
las cosas más difíciles, una de las tareas que aún tiene pendiente de realizar
la humanidad. Es un gesto, una actitud necesaria; Y si hablamos de nosotros,
los cristianos, además, ha de ser una opción de vida, una actitud identitaria.
En
sus últimas horas de vida, y siendo Él consciente, el mismo Jesús elige esta
tarea, amarse. Podría haber recomendado antes de irse el cumplimiento de los
mandamientos o de normas rituales y preceptivas, sin embargo eligió una
conducta universal, no ligada a ninguna religión ni a ninguna norma religiosa o
cultural.
Al
ser humano le cuesta mucho luchar contra sus propios sentimientos y, cuando un
corazón está lleno de odio hacia alguien o algo, es ardua misión transformar
dicho sentimiento en amor. No se trata de dinero, ni de estudios, ni de posición social, sino de un proceso,
una transformación interior, una nueva forma de entender el mundo y las relaciones
humanas.
Esa
fue la última lección de vida que nos dio Él, transformar el odio y la traición
en amor, y esa es la misión que como cristianos hemos heredado y debemos hacer
realidad.
Ojala
un día podamos cumplir este mandamiento de Jesús. Una buena forma de empezarlo
es tener en cuenta estas palabras de San Agustín: “La condición del amor, amar
sin condiciones”.
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