La
confianza, tanto en nosotros mismos como en Dios, es uno de los temas de fondo
que creo que nos trae la Palabra. De alguna manera, la confianza es un
aspecto-condición de la fe.
Los
seguidores y discípulos de Jesús van descubriendo, notando, la presencia de su
Espíritu después de su muerte (lo experimentan-sienten resucitado) en diversas
ocasiones.
“Jesús
se apareció otra vez a los discípulos junto al lago Tiberiades”. En
esta ocasión Jesús se “deja ver”, se hace presente, en el trabajo cotidiano.
Allí donde a veces nos puede el desánimo y la rutina, es por eso que, a veces,
los frutos de nuestro trabajo son escasos y nada edificantes.
Es
cierto que son muchas las prisas y el estrés en el mundo laboral, y que eso
hace que desempeñemos nuestras tareas de forma mecánica y sin ilusión. Pero
cuando vemos nuestro trabajo como una carga y vivimos amargamente tantas horas
de nuestro día, puede que nuestra percepción de la realidad y nuestra
cotidianidad se vuelva triste e insoportable.
“Echad
la redes a la derecha de la barca y encontraréis”; “Es el Señor”. Sin
embargo, cuando descubrimos el trabajo como un don para servir a la sociedad; Cuando
desempeñamos nuestras tareas con el convencimiento y la actitud de ser para los
demás, en definitiva, cuando descubrimos a Dios en nuestro quehacer laboral, le
damos un sentido a lo que hacemos y salimos de la rutina y el sinsentido,
transformando nuestra acción y nuestra vida en una ofrenda continua en la que
se multiplican los frutos.
“Traed
los peces que acabáis de coger”; “Vamos a almorzad”. Nuestro trabajo y sus
frutos, solo tienen sentido en cuanto que los compartimos. No podemos ser
solos, no hemos nacido para la soledad absoluta. Todo lo que somos y hacemos
adquiere sentido pleno si lo entregamos y lo hacemos por y para los demás.
“¿Me
amas?; Sí Señor tú sabes que te quiero”. Es evidente que esta pregunta
repetida tres veces con su triple respuesta positiva, tiene un carácter
catequético y simbólico. Tantas veces como Pedro negó a Jesús ahora lo acepta y
quiere. Podríamos decir que es una nueva conversión, una purificación de lo
corrupto del haberle negado.
También
en nuestra comunidad eclesial tenemos que descubrir a Jesús. Muchas veces nos
empeñamos en pescar de noche, como los discípulos, hacemos cosas sin saber el
porqué, desde la rutina religiosa; No hemos descubierto que Jesús es luz y vida, que es el amanecer y que con Él
todo es posible. Nos mantenemos con las viejas técnicas de pesca y no nos
atrevemos a echar las redes en otras direcciones, algo a lo que nos invita
Jesús, para descubrir que hay abundancia de peces (de bienes). La nueva
exhortación apostólica del papa Francisco: “La alegría del amor”, es un atisbo
de ese nuevo descubrir, aceptar, amar… ese echar las redes sin miedo hacia
otros lugares, situaciones sociales, y personas que necesitan del amor de la
iglesia y que han estado tan abandonados por ella. Hay atisbos aunque aún con
mucho miedo.
Jesús
nos invita desde la orilla a no tener miedo, a mirar la luz del horizonte
amanecido, a que seamos una Iglesia que trabaja en la luz y no desde la noche y
la oscuridad; Nos invita a resucitar a una vida nueva, a una renovación.
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