En
estos cuatro versículos de Juan (Jn 10, 27-30) se esconde todo un estilo vida
según el proyecto de Jesús, una forma de seguimiento, un estilo nuevo de
discipulado que rompe con los esquemas del binomio rabino-alumno al que estaban
acostumbrados en tiempos de Jesús; Además de una enseñanza reveladora sobre el
origen y destino de Jesús.
Esta
Palabra no se encuentra aislada en el evangelio de Juan, sino que está enmarcada
en una nueva controversia de los judíos (seguramente fariseos) con Jesús, en un
marco ideal para debatir sobre el tema, el pórtico de Salomón, y en una fiesta
de las más importantes para los judíos como era el día de la dedicación del templo. Todos estos datos
que contextualizan, dan más sentido e
importancia, si cabe, a las palabras de Jesús.
Jesús
conocía todos los motivos del seguimiento de aquellos que le acompañaban, fuera
permanentemente o de manera temporal; Conocía a aquellos que les movía el
hambre, otros que buscaban respuestas a su fe, y otros que habían descubierto
ya, de manera precoz, en Jesús al que tenía que venir. Jesús conocía a sus
discípulos (sus ovejas en lenguaje del pastor, oficio muy común y conocido). Jesús
afirma de ellos que escuchan su voz y le siguen. Son dos actitudes necesarias,
escuchar y seguir, porque el seguimiento que requiere Jesús no es un seguirle
cómodo, ya que hay que dejar muchas cosas a las que se está apegado, como nos
pasa hoy. El seguimiento de Jesús exige saber lo que se quiere y cambiar de
vida, si es necesario, para apostar por un cambio de paradigma social y
religioso.
A
veces pienso con temor, si los que nos llamamos seguidores de Jesús no estamos
desfigurando el verdadero seguimiento que vemos reflejado en el evangelio, si
no nos parecemos más a los discípulos-alumnos de las clásicas escuelas
rabínicas judías en las que se quedaba todo en la teoría del aula y el
cumplimiento legal, para luego volver a la comodidad de una vida llena de
seguridades. Nuestra Iglesia, todos nosotros, hemos de revisar nuestro seguimiento
del Jesús de las sandalias, del Jesús que pisaba el polvo del camino y se
ensuciaba sus vestidos con la miseria de la gente, con los imprevistos de la
incomodidad del vivir en la calle, en los campos, entre leprosos y necesitados…
No
cabe duda de que Jesús tenía muy clara su misión y su identidad: “Yo y
el Padre somos uno”. Murió por esta afirmación y eso muestra su
coherencia de vida hasta el extremo. Un mentiroso no está dispuesto a morir por
sus propias mentiras, y un loco se contradice de un momento para otro y no vive
desde la coherencia. Jesús de Nazaret no era ni un mentiroso ni un loco, es el
Hijo de Dios vivo, Dios mismo. El día que nos creamos esto de verdad y nos
consideremos seguidores suyos, nuestra vida cambiará y nadie nos arrebatará de
su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario