No es posible la luz sin antes
haber experimentado las tinieblas. No se puede hablar ni saber lo que es la
alegría, si no hemos pasado un periodo de tristeza y abatimiento. No se puede
hablar de espíritu ni de resucitar a una vida nueva, si antes no hemos pasado
por la experiencia de la muerte. Ya nos lo han dicho también nuestros santos;
Nos han hablado de las noches oscuras y la soledad que abruma y desespera. Todos
hemos pasado o estamos pasando por momentos similares.
“Estaban los discípulos en una
casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Es evidente que
el relato de Juan se redacta desde una comunidad naciente y desde una
conciencia clara de identidad “cristiana”. El hecho de la separación entre los
discípulos y los que claramente llama judíos, es la muestra de que el
mesianismo de Jesús era ya aceptado por unos y rechazado por otros de manera
oficial. Pero cuando sucede este hecho de la aparición de Jesús a los
discípulos, sólo horas después de la muerte de Jesús, los discípulos eran y se
consideraban absolutamente judíos.
Aquí, sin embargo, los discípulos
tienen miedo a los judíos. Hermanos que tienen miedo de otros hermanos ¿Por qué
los humanos, muchas veces incluso entre hermanos, sentimos temores y miedos, o
los provocamos? Conviene que reflexionemos esto, pero el mensaje de Jesús es
muy claro: “PAZ A VOSOTROS”, y esto
lo dice “enseñándoles las manos y el costado”. No merece la pena vivir
con miedo; No merece la pena hacer sufrir hasta padecer miedo y angustia a
otros hermanos. Las manos y el costado son los testigos físicos de su pasión,
de la violencia de los hombres entre los hombres; Jesús dice: “No sea así entre vosotros”, todo lo
contrario, reine la paz entre vosotros, ese es su saludo al resucitar.
“Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo”. Su mensaje y su envío es la Paz en el mundo, esa
es la misión del cristiano, hacer reinar la paz.
Últimamente ha vuelto el miedo
entre hermanos que profesan a Dios, estamos volviendo a repetir la más nefasta
de las historias. La humanidad tiene miedo del Islam indiscriminadamente.
Algunos matan creyendo que es lo que quiere Dios, pero esos no son dignos de
llamarse islámicos porque rompen el deseo más profundo del Dios Padre de todos,
la PAZ.
En nuestra iglesia también hay
hermanos que padecen de una enfermedad que han provocado otros, el miedo, el
temor a decir o ser ellos mismos, porque el juicio de los humanos, a veces, es
más fuerte que el del mismo Dios. El baremo con el que guiará Dios su juicio es
el amor, nos lo ha dicho muchas veces Jesús. Sin embargo el juicio de los
hombres no se guía por baremos de amor, sino más bien de cumplimientos o
preconcepciones que no atienden a la peculiaridad y las riquezas personales del
ser humano que Dios ha creado.
“Si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en la llaga…, no lo creo”. Solemos
juzgar muy rápido la actitud de Tomás, pero en realidad todos llevamos un Tomás
dentro de nosotros. Necesitamos ver, tocar, sentir para poder creer de verdad.
Nuestra religión está llena de imágenes, objetos y reliquias que parece que nos
ayudan, y han ayudado siempre, a acercarnos más Cristo y creer más en Él. Por
eso, hemos de plantearnos qué ven muchos en la Iglesia para que, lejos de
acercarse a ella, lo que pronuncian sus labios de forma inmediata sea: “Yo no
creo en la Iglesia” y se aparten y la critiquen como anti testimonio. Si la
Iglesia ha de ser reflejo de Cristo, y
con lo que ven en ella apartamos a muchos, hemos de hacer una profunda
reflexión. Una reflexión previamente personal y después comunitaria; Dios nos
pide experiencia interna, ver con los ojos del corazón lo que llevamos dentro
de nosotros mismos: “Dichosos los que crean sin haber visto”.