No
quisiera caer en el simple comentario de la historicidad del texto, ya que es
sabido que la literalidad de los hechos no es real. Pero sí que es real todo el
trasfondo y la implicación que tiene dicho pasaje para todos los hombres.
La
tentación, el caer en lo que no nos conviene o no es bueno ni para nosotros ni
para los demás. Esta palabra, tentación, tan demonizada por los hombres desde
pequeños, puede llegar obsesionar hasta el punto de hacernos daño y a la vez no
solucionar nada, ya que para no caer en la “tentación” a veces nos quedamos en
lo externo pero seguimos teniendo la raíz de la misma dentro de nosotros mismos.
Porque es precisamente ahí, en nuestro interior en lo más profundo de los
deseos humanos, donde nace la tentación.
Es
cierto que lo externo, a veces, estorba cuando nos queremos centrar en otras
cosas, por eso vemos a Jesús como, lleno previamente del Espíritu Santo (es
decir con la fortaleza necesaria), se aparta al desierto para vivir desde la
austeridad y centrarse en vivir desde dentro.
“Dile
a esta piedra que se convierta en pan”. Jugar con la comida, no
valorarla, cuando se tiene en abundancia es una continua tentación, una actitud
que vemos y tenemos a diario.
Cristo
no convirtió las piedras en pan para su propio beneficio, no jugó con la comida
porque conocía el valor de la misma en una sociedad en la que había mucha gente
que carecía de ella. Cristo multiplicó los panes y los peces para beneficio de
la multitud hambrienta, y no para su propio bienestar.
Nuestro
mundo está hambriento de muchas cosas, pero desgraciadamente y aún en estos
tiempos, también de comida. Hemos de revisar nuestra actitud para con algo tan
vital y necesario, pero tan escaso en otras mesas. Porque como nos han dicho
desde pequeños… “¡Con el pan no se juega!”.
“Si
te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Perdemos nuestra dignidad
arrodillándonos en muchas ocasiones y a lo largo de nuestra vida ante falsos
señores, ante quien sabemos que nos defraudará porque son tan humanos o más como
nosotros. Y con esta actitud perdemos de vista a Dios, perdemos de vista que
nuestra dignidad es mucho más valiosa que nuestras tentaciones, nuestros deseos
y caprichos, nuestra debilidad ante dinero, el sexo o el poder y los cargos
mundanos.
No
debemos olvidar que nuestro cuerpo y nuestra dignidad es el mayor templo donde
Dios ha querido habitar.
“Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…”. Jesús no tentó a Dios ni
utilizó su influencia ni poder para el asombro de la gente, ni para el
sensacionalismo popular.
Corremos
la tentación de utilizar la religión pensando que estamos utilizando también a
Dios. El mundo no necesita de milagros espectaculares y sobrenaturales ayudados
por ángeles del cielo que pongan en escena una teofanía al modo
veterotestamentario, pero si necesita del milagro de la sencillez y el hacer
silencioso de aquel que sabe que detrás tiene el apoyo y el beneplácito de Dios.
Que
no nos asusten las tentaciones, porque forman parte de la imperfección humana.
Hemos de ser conscientes de ellas para poder ir dominándolas y colocándolas
según merecen en nuestras vidas, en nuestro día a día.
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