Si
hemos seguido durante la semana el proceso de la Palabra que la liturgia nos ha
facilitado, tanto el evangelista Mateo como Lucas nos han mostrado a un Jesús que
marca una clara diferencia entre lo de “antes” y lo de “ahora”, nos presentan a
un Jesús que, de cierta manera, rompe con el pasado o al menos quiere renovarlo
y actualizarlo. Frases como “Habéis oído
decir…pero yo os digo…” o “Si no sois
mejores que los letrados y fariseos…” son la evidencia de todo esto. Es evidente
que Jesús tiene absoluta conexión con el pasado de su pueblo, y sin su pasado
no se le puede entender, pero también es evidente que no se queda en el pasado.
El
relato de la transfiguración hunde su sentido más profundo en la tradición,
tanto en la forma como en el fondo, pero mira a un futuro renovado,
invitándonos a superar la época de los patriarcas y los profetas para escuchar
a Jesús.
“De
repente dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecieron
con gloria”. Estamos ante una teofanía, la manifestación del poder de
Dios al estilo del Antiguo Testamento, pero ahora, para recordarnos que el Hijo
participa de la gloria del Padre, y así queda atestiguado también por Elías y
Moisés. Pasado y presente en una manifestación que mira al futuro renovado por
la resurrección que todo lo hace nuevo y todo lo purifica.
“¡Qué
bien se está aquí! Hagamos tres chozas”. Resulta curioso que, después
de una manifestación tan extraordinaria con la que nadie se quedaría impasible,
y que serviría para atestiguar de por vida lo vivido, algunos de los discípulos
que acompañaron a Jesús al Tabor, como Santiago y Pedro, le negaron y
abandonaron tiempo después en sus momentos más difíciles. Por eso creo que no
es tanto la manifestación celestial literalmente redactada lo que vivieron (ya
que es más bien un relato concebido como las teofanías o hierofanías del
Antiguo Testamento) sino que más bien vivieron un momento pleno, un momento de
esos idílicos en la vida, de los que no quieres que terminen. De esos momentos
en los que estás con las personas y en el lugar adecuados y nos gustaría que
durara para siempre. Sin embargo, todo en la vida no es gloria, hay también
cruz.
“Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
De nuevo, otra vez, como en el momento del bautismo de Jesús, la voz del Padre deja clara la absoluta
relación entre Jesús y lo Alto. Ahora hay una invitación: “Escuchadle”.
Tenemos
el corazón de piedra y aunque rogamos a Dios que nos dé un corazón de carne,
muchas veces no ponemos todas nuestras fuerzas en escuchar lo que Él quiere de
nosotros. “Lo que Dios quiera…” solemos decir, pero muchas veces es lo que
nosotros queremos. Hacemos gala de nuestra libertad, libertinaje en ocasiones,
y llegamos incluso a hacernos dueños de las vidas ajenas. Últimamente estamos
siendo observadores impasibles de cómo parte de la humanidad juega con las
vidas humanas y se mofan de ello: torturas públicas, matanzas grabadas para ser
exhibidas y demostrar que esos verdugos son dioses que pueden jugar con la vida
y la muerte a su antojo. Lo peor de todo es que se hace en nombre de Dios, un Dios
que se entrega en la cruz como víctima de la libertad y el capricho humanos y
que no utilizó en ningún momento la violencia.
Aunque
los evangelios sinópticos no nos dicen el nombre del monte de la
transfiguración, la tradición cristiana identifica dicho monte con el Tabor. Desde mi Tabor, este blog,
quiero sentirme como Pedro, Santiago y Juan con Jesús. Así me siento cada vez
que reflexiono este es el lugar donde mi oración se hace escritura. Pero no me
gustaría quedarme aquí, aunque estoy muy a gusto como les pasaba a los
discípulos; no debo quedarme porque ya Jesús les dijo, y siento que me dice a
mí también, que no puedo instalarme, sino que he de bajar y trabajar por y con
mis hermanos. Os agradezco de nuevo vuestro apoyo y acompañamiento. Seamos
cristianos que, sin huir de las cruces de este mundo, viven más desde la
resurrección y desde la gloria del evangelio, porque sólo así podemos ser
testigos creíbles.
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