Las parábolas de Jesús son su
forma de enseñanza más característica, buena prueba de ello es el capítulo 13
de Lucas, y otros capítulos en los demás sinópticos. Jesús se acercaba a su
pueblo con un lenguaje que ellos entendían y se aplicaban perfectamente,
teniendo claro el mensaje que quería transmitirles.
“¿Creéis que esos galileos eran
más pecadores que todos los otros galileos…?”. Algunos se acercan a
Jesús para preguntarle su parecer sobre la muerte de unos galileos a los que
Pilato había sacrificado junto con la sangre de los sacrificios que ofrecían
¿Qué buscaban en Jesús? ¿Su simple opinión o algún renuncio por donde poder
acusarlo de incumplir la ley? La intención no la sabemos, pero lo que si conocemos
es la respuesta de Jesús que, lejos de entrar en disputas, aprovecha la ocasión
para reprenderles por su actitud. Les insiste en que no hay humano que esté
libre de pecado y que todos estamos llamados a la conversión, todos tenemos
cosas que cambiar y que reconducir.
A veces nos conformamos y
consolamos pensando que hay gente que actúa peor que nosotros, que no somos tan
malos, pero no se trata de mejores ni peores, sino de reconocerse a uno mismo y
cambiar aquello que no nos hace bien.
“Y aquellos dieciocho que murieron
aplastados por la torre de Siloé…”. El pueblo de Jesús estaba rodeado
de supersticiones que inundaban su día a día, y la creencia en un Dios
justiciero que condicionaba negativamente su actuar.
Jesús les invita a vivir en la
libertad del amor y no en la del temor de Dios. Les invita a no creer que las
catástrofes humanas son producto del castigo de un Dios que no perdona y
sentencia los pecados de los hombres; Ya que, de ser así, todos pereceríamos de
forma brutal bajo la mano de Dios, puesto que todos pecamos.
“Un hombre tenía una higuera
plantada en su viña…”. La comparación del pueblo de Israel con una viña
y los frutos que se espera de la misma, no es nueva en los evangelios puesto
que ya el profeta Isaías la utilizó para
referirse a un pueblo, el suyo, que había sido cuidado y mimado por Dios, pero
que no estaba dando los frutos que se esperaban de él.
Jesús ha estado tres años
dedicados a su pueblo, dedicado a una higuera que, en mitad de la viña del
Señor, no daba fruto, pero Él cree que se pueden conseguir frutos de ese pueblo
dormido y despistado, e interviene ante el Padre para que les de más tiempo,
para que no corte de raíz esa higuera estéril. Jesús ha cuidado y cuida a su
pueblo con esmero, esperando sus frutos.
No hemos de sentirnos abandonados
ni olvidados por Dios. A veces sentimos la ausencia de Dios en nuestras vidas y
nos agarramos a cualquier cosa: supersticiones, idolatrías de todo tipo e
incluso a la nada más absoluta, pero tenemos que saber que Él está ahí
cuidándonos cada día, y esperando pacientemente que vayamos dando los frutos
del Reino que se esperan de nosotros.