“En
el año quince del reinado del emperador Tiberio…”. En este segundo
domingo de Adviento, el evangelista Lucas tiene interés en que sepamos que
Jesús estuvo entre nosotros realmente, que se encarnó en la historia humana; En
un tiempo y con unas circunstancias concretas.
En el
evangelio de Lucas parece que Jesús ha desaparecido, ya que hay un “vacío”
entre su adolescencia y la vuelta a su “vida pública”, que comienza con este
pasaje en el que Juan el bautista sale del desierto para predicar un bautismo
de conversión por las orillas del Jordán. Por eso, es muy importante que, al
igual que se hizo al comienzo del evangelio con el nacimiento de Jesús, se
vuelvan a dar referencias históricas precisas, para que no perdamos el norte,
para que no pensemos que Jesús ha dejado de estar, que se ha perdido en la
historia.
“Vino
la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Lo
curioso de todo esto es que las referencias históricas que da Lucas, son de
gente importante, dirigentes, tanto políticos como religiosos; Pero Dios no se
fija en ellos para anunciar y llevar a cabo su plan, sino que se fija y se
traslada a una figura que vive en el desierto, apartado de la vida del lujo de
palacios y templos. Es Juan el elegido, porque está en el lugar donde mejor se
puede oír a Dios, el lugar del que venía el pueblo, en donde se fraguó el
pueblo de Dios antes de llegar a la tierra prometida. El desierto es lugar
donde no se puede vivir de lo material porque no sirve de nada, el lugar donde
uno se descubre a sí mismo y, por extensión, descubre y puede dilucidar la
voluntad de Dios.
“Predicando
un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Los judíos ya
se bautizaban antes de llegar Juan, era un rito que conocían bien, el agua era
utilizada para la purificación ritual y para el bautismo, pero ahora Juan le da
un nuevo sentido al agua, es el agua fresca del cambio, del volver a empezar
perdonando y siendo perdonado, porque si no es así no se puede recibir al que
estaba por llegar.
“Preparad
el camino al Señor…; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”.
Porque es necesaria una conversión de
vida y costumbres, es necesario un cambio en el sentido de las cosas que
hacemos y decimos, dejando lo viejo para acoger lo nuevo. Juan nos invita a
enderezar lo que en nuestra vida no está bien, a rectificar y cambiar, para
acoger con coherencia y verdad.
En
nuestra Iglesia últimamente modificamos los sacramentos, con toda la buena
voluntad, intentando que se adapten a los tiempos y las edades (el bautismo,
comunión, confirmación últimamente…). Pero el primer cambio no ha de estar
tanto en el rito y su preparación, sino en la raíz que es la fe, la fe del que
transmite o tendría que transmitir, en la familia. A veces nos encontramos en
un desierto, dando voces sin que nadie nos escuche; Viendo como la sociedad
(cristianos bautizados) cumple con el rito para después alejarse, porque en
ellos no ha calado ese bautismo de conversión, sino que ha sido un bautismo
social, un bautismo de simple agua pero no en Espíritu y Verdad.
Quizás
también esta invitación de Juan bautista a cambiar lo torcido, sea para nuestra
Iglesia doméstica, invitándonos a bautizar con gozo, pero también a mantener la
fe de nuestros pequeños en su día a día.
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