Hay
veces en las que sientes que Dios se hace presente en tu vida de manera muy
especial, pero no lo puedes compartir con todo el mundo. Sabes que hay mucha
gente que no sólo no lo entendería, sino que posiblemente, consideraría que
estás loco.
La
alegría de María e Isabel es doble; Por un lado por esa complicidad de
entendimiento mutuo, de saber que es Dios quien se está haciendo presente en
sus vidas, y por otro, el sentirse escogidas por Dios en su fragilidad y
humildad para algo que estaba esperando el pueblo tanto tiempo, como era la
venida del mesías. Se sienten bendecidas por Dios: “Bendita tú entre las mujeres…”.
Son
ellas las escogidas. Los hombres desconfían, tanto José como Zacarías, les
cuesta creer que Dios se hace tan presente en sus vidas. Una vez más, Dios se
manifiesta en lo más débil y vulnerable, una mujer en aquel momento de la
historia y en aquel pueblo.
Por
otra parte, la acogida que recibe María en casa de Isabel es muy necesaria
puesto que, seguramente, María en muchos momentos se sentía sola y aturdida
ante aquel proyecto que había aceptado. María necesita también de un apoyo
humano, saberse entendida y acompañada, y eso lo encuentra en Isabel.
A
veces sentimos que Dios nos pide que dirijamos nuestra vida hacia una misión
concreta, pero tenemos miedo, es como si necesitáramos el apoyo y aprobación de
los nuestros, de los que nos rodean, tener esa sensación de protección y
aceptación para no sentirnos tan solos. Aunque sabemos perfectamente, que la
vida de cada uno, los proyectos que se emprenden y se aceptan, la tiene que
vivir cada uno. Y, en el fondo, lo que nos pasa es que nos falta confianza
plena en Dios.
“Dichosa
tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Esa
confianza plena en Dios nos hace dichosos, felices. Si creemos que Dios está de
verdad en nuestra vida… si de verdad lo creemos, podremos afrontar cualquier
proyecto por difícil o imposible que parezca, porque entonces sí que no
estaremos solos, porque entonces si tendremos la compañía que necesitamos. Y
además, ese saberse acompañado por Dios en tu vida, facilita esa felicidad del
encuentro, del compartir la dicha, como hizo María cuando, sin importarle la
larga distancia ni su estado, viaja para compartir y encontrarse con Isabel;
Porque la alegría de Dios, la alegría de Jesús y su evangelio, no puede
quedarse oculta, ha de compartirse.
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