Lo
que se plantea en este texto realmente no es el tema del matrimonio y el
divorcio como tal, sino más bien la igualdad de derechos entre el hombre y la
mujer en la sociedad-religión judía.
“¿Le
es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. No hemos de perder de
vista quién es quienes le plantean el tema a Jesús y con qué intenciones. Son
los fariseos, los mimos que muchas otras veces habían acudido a Él con
intenciones de pillarle en renuncios en relación a ley y las normas, en torno a
la pureza y el templo…
Los
judíos fariseos consideraban los derechos de los hombres casi ilimitados, como
defendían algunas escuelas rabínicas, y ellos querían saber si Jesús estaba de
acuerdo con ello (Este texto no puede entenderse del todo si no se lee Dt 24,
1-4). La defensa de la dignidad de la mujer que abanderaba Jesús era, por todos,
conocida y esa actitud chirriaba en los sectores judíos más radicales.
“Serán
los dos una sola carne”. Jesús, como muchas otras veces, ve en los
fariseos intenciones maliciosas y poco inocentes, y les deja claro que el
hombre y la mujer han de tener los mismos derechos. Al unirse en matrimonio el
hombre y la mujer ya no son dos, sino una sola carne y por lo tanto gozan de
los mismos derechos y las mismas obligaciones.
El
tema del divorcio en la sociedad judía no se entendía como lo entendemos en la
actualidad en nuestra sociedad occidental. Evidentemente la situación de la
mujer a todos los niveles tampoco era la misma, por tanto las obligaciones y
derechos de que podía disfrutar tampoco lo eran.
Dios
nos ha hecho distintos, no solo al hombre y la mujer, sino a todos los seres
humanos; Y que como bien dice J. M. Castillo, entre el hombre y la mujer: “La diferencia es un hecho, pero la igualdad
es un derecho”.
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