La
actualidad del evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras actitudes más
cotidianas, a veces erróneas pero, al fin y al cabo, humanas.
“Se
acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo”. Santiago y Juan aprovechan su
posición dentro del grupo de los doce. Su padre “el Zebedeo” gozaba de la
amistad de Jesús, y ellos pensaban que esa amistad les ayudaría, les daría
ventaja.
El
tema de las influencias, los “enchufes”… Estamos acostumbrados a ver cómo el
tema de los favoritismos ha hecho que algunas personas ocupen puestos
importantes, consigan trabajos… mientras otras, que quizás tengan más méritos y
cualidades, se ven apartados por no tener a nadie que abogue por ellos.
Jesús
es justo, está solícito cuando se le pide ayuda: “¿Qué queréis que haga por
vosotros?”, pero eso es una cosa, y otra bien distinta es que construya
para unos, acosta de ser injusto con otros; “No sabéis lo que pedís”.
“¿Sois
capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Jesús les pide que
pisen tierra firme, que no estén tan pendientes de un puesto predominante en el
cielo cuando hay mucho que hacer aún en la tierra. Les hace ver que el proyecto
del reino de Dios comienza aquí, y eso es lo que labrará un futuro delante de
la presencia de Dios. Jesús está dando ejemplo, enseñado aquí, por tanto la
decisión de lo que pasará en el cielo no le toca a Él.
“Los
otros diez al oír aquello, se indignaron…”. La manera en la que se acercan
a Jesús los dos hermanos, solos, con secretismo para que nadie supiera lo que
tramaban o pedían, enfada a los otros.
Es
molesto saber que en nuestros trabajos, grupos de amigos, en nuestra vida… hay gente
que quiere conseguir todo por la vía rápida, con el menor esfuerzo posible y a
espaldas de los demás.
“Vosotros
nada de eso”. Pero Jesús nos invita a tener otra actitud. A ir siempre
con la verdad por delante, a dar la cara, a esforzarnos por nuestro trabajo
aquí, y a la vez a confiar en Dios. Cuando nos damos sin condiciones, sin
medida, a los demás; Cuando trabajamos con dignidad, justicia y
responsabilidad, estamos trabajando por el reino que comienza aquí. Urge en la
iglesia una nueva forma de entender la autoridad, no como poder ilimitado sino
más bien como servicio. Ser el último, no anteponernos a los demás y estar al servicio
de todos es el camino.
Los
discípulos, después de la lección de Jesús, entendieron lo que debían hacer y
cómo lo debían hacer. La iglesia (jerarquía, religiosos y laicos) debe estar en
continua revisión del ejercicio de la autoridad que tiene.
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