Jesús se dirige a los suyos
mediante un discurso que es más bien una despedida clara y sencilla, precisamente porque su deseo es que, el
mensaje que quiere transmitirles se recuerde siempre.
“Como el Padre me ha amado, así
os he amado yo; Permaneced en mi amor”. El deseo de Jesús es que quede
claro que Dios ama a sus hijos, y así ha de ser también entre los hijos, entre
nosotros, por eso Jesús da ejemplo. Pero eso de amar, así “sin más”, se puede
quedar en una idea abstracta si no lo materializamos, si no convertimos en
acción ese deseo-sentimiento; Jesús lo sabía, por eso nos da la clave para que
ese amor sea efectivo.
“Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor…”. Los mandamientos son la ley natural humana,
las claves básicas para que nos realicemos, tanto como personas íntegras como
para que nuestro espíritu se ponga en el camino de la perfección.
“Este es mi mandamiento, que os
améis los unos a los otros como yo os he amado”. La clave y centro de
esos mandamientos nos la facilita Jesús: “Amar
a Dios y al prójimo”.
Es difícil vivir bien, o al menos
con libre dignidad, si no nos sentimos queridos, si el amor no es nuestro motor
de vida. Es difícil querer si no nos hemos sentido queridos alguna vez; Si no
sentimos a Dios como Padre, como un amigo,
sino como un juez y verdugo.
Jesús se empeña en transmitir
esto a su pueblo: “Dios te ama”. Dios no quiere que le sirvas, es más, no
necesita de nuestros servicios sino de nuestro amor. Porque lo que nace del
amor, es siempre mucho más fuerte, duradero, auténtico y libre, que lo que nace
del temor y el servilismo.
“Todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer…”. Dios entrega y se entrega. Dios comparte lo
que es, porque Él nos ha elegido para que su reino se ponga en práctica y demos
fruto, por tanto tenemos que conocer lo que quiere de nosotros. Dios no se
guarda nada, no tiene secretos; En Él no cabe el egoísmo ni el hermetismo
interesado.
A lo largo de la historia humana,
también en la historia del cristianismo, las normas y leyes han ido cambiando y
adaptándose a los tiempos, quizás a veces no tan rápido como nos gustaría ni de la forma más justa para todos (prueba
inequívoca de la humanidad de la iglesia), pero hay una norma de vida que debe
ser eterna e incorrupta, y esa es la ley del Amor. Ese precisamente es el
mandamiento del Padre, de Jesús, de Dios mismo. Por eso cualquier religión, más
aún la cristiana, debe esforzarse en que nada ni nadie nos rompa, nos separe,
nos aleje de lo fundamental, del centro. Si desplazamos el centro hacia fuera,
convirtiéndolo en algo periférico o secundario, estaríamos cayendo en un error.
Si nuestra fe se sustenta en el
amor, nada ni nadie nos podrá separar de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario