Con las puertas cerradas y “llenos
de temor a los judíos” (como dice el texto de San Juan) ¿Judíos que
tenían miedo a otros judíos? Algo muy importante debía haber pasado para que el
miedo les hiciera estar encerrados “a cal y canto” en el lugar en el que,
cincuenta días antes, habían celebrado con gozo la pascua acompañados del mismo
Jesús. Sí, quizás era eso, su “ausencia”, el que no estuviera allí sentado con
ellos; El miedo venía de la soledad que sentían, del abandono…
¿Hay gente a nuestro lado, de los
“nuestros”, que sienten miedo porque se sienten solos? ¿Hay cristianos que
tienen miedo de otros cristianos? ¿Hay cristianos que se sienten obligados a
vivir encerrados en sí mismos porque tienen miedo de sus hermanos? Quizás no
sentimos tan cerca a Jesús como debiéramos, quizás echamos de menos el momento
del cenáculo vestido de fiesta, su presencia, la presencia de Jesús que no echó
a ninguno, aún sabiendo que uno de ellos
lo había traicionado y que el resto también lo harían de una forma u otra.
Pero ahí se presenta, ahí en medio de
ellos, en medio de nosotros, poniendo paz “¡La paz esté con vosotros!”.
Precisamente en la fiesta de
Pentecostés judío (Shavout), fiesta en la que bullía Jerusalén de gentes
llegadas de todos los lugares. No es una mera casualidad; la cerrazón de las
puertas y las ventanas de nuestro ser, han de ser abiertas porque fuera hay
millares de gentes.
Nos interroga su presencia ¿Pero qué
estáis haciendo? ¿Qué miedo es este? ¿De dónde tanta tiniebla y tanta
oscuridad? ¿De dónde tanto daño? ¡Salid! porque los que están ahí necesitan de
vuestro testimonio, un testimonio que no restringe humanidad, sino que acoge,
acompaña, calma…
Sólo si entre nosotros estamos
dispuestos a vivir así, nuestros hermanos de “fuera del cenáculo” podrán ver
que proclamamos un testimonio creíble y coherente.
“Les mostró sus manos y su costado”. A veces nos cuesta reconocerlo, y sólo
cuando vemos heridas reaccionamos, sólo cuando vemos nuestra falta de humanidad
y daño causado reculamos, y quizás ya es demasiado tarde.
Él abre las puertas de nuestra cerrazón
y nos invita y envía a proclamar la paz y la alegría sabiendo que no vamos
solos, sino que su Espíritu está juntos a nosotros, junto a TOD@S nosotros.
Tampoco es casualidad que, el día en
que se celebraba la Alianza del pueblo con Yahvéh, Cristo resucitado y ascendido
quisiera renovar esa Alianza y darle un nuevo sentido, muy necesario en aquel
tiempo y no menos en el nuestro.
Sentirse lleno del Espíritu Santo es un
gozo, pero también una responsabilidad. Perdonar o retener los pecados es sólo
tarea de Dios, pero si esa responsabilidad se ejerce, en la Iglesia, como
Cristo quiso y les dijo a los apóstoles, sólo puede hacerse desde el
convencimiento de su presencia real.
Porque perdonar o retener pecados, puede suponer perdonar o retener vidas.
¡Bendito nacimiento de la Iglesia!
comunidad nacida para el bien, la paz y la alegría. Cenáculo convertido en casa
de acogida, casa de puertas abiertas en donde hay una gran mesa con sitio para
todos, en el que debemos estar preparados para lavar los pies al que llegue
cansado del camino.
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