viernes, 17 de noviembre de 2017

Recibir para entregar (Mt 25, 14-30)

Entiendo que ahora, después de leer la parábola que Jesús nos regala a través del evangelista Mateo, entendemos mejor que nunca frases hechas que utilizamos con frecuencia, como por ejemplo: “Tienes mucho talento, no lo desperdicies” o, “¡que talento tiene!”. Efectivamente, el origen del sentido de nuestro lenguaje cotidiano se esconde en parábolas como esta.
Una vez más se nos pide un plus, una vez más el ser cristiano requiere de actitudes que le dan la vuelta a todo, que superan actitudes de mediocridad humana. Ante las constantes dudas y preguntas que, seguramente, los discípulos le planteaban a Jesús sobre el Reino y su llegada, y  sobre el más allá, el evangelista Mateo en sus capítulos 24 y 25 nos presenta a un Jesús que, mediante una serie de parábolas, nos deja clara toda una Escatología y Parusía que empieza en la tierra pero no acaban en ella.
Los talentos hemos de trabajarlos y si lo hacemos, antes o después, darán sus frutos y cuando estos lleguen, llegará la lección que nos tiene reservada Jesús, puesto que no será el momento de disfrutarlos individualmente sino el de repartirlos, ofrecerlos… Este es otro modo de vivir, es el mejor modo de vivir. Pero esto no se entiende a priori sino que es algo que descubres después. Has estado trabajando con mucho esfuerzo tus talentos, y cuando parece que has terminado, en realidad no has hecho nada más que empezar porque se te exige que los entregues. Y esto es así porque en realidad esos talentos no son tuyos; es cierto que los has mimado y cuidado pero el origen de esos talentos ha sido un regalo que ahora has de ofrecer  tú.
Desgastarse por el Reino es agotador pero en el fondo tiene un ingrediente algo adictivo. Entregar parte de tu tiempo, quizás el único que te parece que tienes para ti, tu “tiempo libre”, cuesta pero también te hace descubrir otra forma de vivir apasionante.
Un tiempo dedicado a la parroquia, muchas de tus tardes preparando servicios a tu comunidad, horas extras no pagadas desgastándose entre adolescentes desorientados que buscan y no encuentran, ser parte de la directiva de una cofradía o hermandad (sabiendo que a veces es sinónimo de ser el punto de mira de todas las críticas y exigencias populares), ponerse al servicio de los demás en un comedor social, en Cáritas, en la animación musical o litúrgico-pastoral de una comunidad, perderte para darte del todo en misión, consagrar tu vida al estilo de Jesús entregándote por el Reino… Estas y muchas otras formas de entrega, contribuyen a poner tu talento al servicio de los demás entregando lo que has cuidado durante años, sabiendo que tú has recibido antes los talentos de otros hermanos, descubriendo que es Cristo el que te ha dado esos talentos.
Hay algunos teólogos que interpretan esta parábola desde su sentido más escatológico, estableciendo como el momento de la exigencia el final de los tiempos. Pero a mi entender, esta es una parábola que se hace presente ya, desde lo más terreno y material, porque si el Reino de Dios empieza aquí,  es aquí también dónde ha de empezar a dar sus frutos.
Seguramente no se nos exija tanto el número de talentos sino más bien si hemos intentado invertirlos para bien, asumiendo el riesgo de perderlo todo. Porque aunque el Señor sea exigente, es también Padre-Madre, amor eterno e infinito, y nunca nos exigirá aquello que no podemos ofrecer, Él nos conoce. Por supuesto que no es una invitación a gestionar nuestros talentos de forma inconsciente, pero quizás sea peor enterrarlos por miedo a perderlos que perderlos por haberlos puesto al servicio de los demás. Porque el miedo a perder no nos puede estancar, no nos puede cerrar las puertas del Reino de Dios.
 

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