viernes, 10 de noviembre de 2017

¿Está ardiendo tu lámpara? (Mt 25, 1-13)

Hoy el evangelio nos regala un texto que, si bien es complejo en su estudio teológico ya que los instruidos en la materia no se ponen del todo de acuerdo en si se trata de una parábola o una alegoría, con las diferencias que esto puede conllevar a la hora de la puesta en práctica en la vida de un creyente; lejos de estudios pormenorizados a nivel académico me centraré en lo que para nosotros puede significar al llevarlo a nuestro día a día.
Mateo intenta transmitir un mensaje a la comunidad en la que vive con este relato, sirviéndose de algo tan importante para los judíos de aquel entonces como era el acontecimiento de una boda.
Las vírgenes acompañaban y alumbraban al esposo a la ceremonia con sus lámparas. Todo empieza ahí, en la espera de estas vírgenes a que viniera el novio y la demora que este tiene.
Unas son necias porque no han sido previsoras y las otras son sensatas porque han sido capaces de estar preparadas para la ocasión, incluso previendo imprevistos. Para el novio es el día más importante de su vida, por tanto no va a perdonar el descuido de aquellas que le han fallado y no le han alumbrado bien el camino ¿y todo esto qué quiere decir?
Dios, el esposo, nos ha dicho que vendrá (La venida definitiva de Cristo que puede ser una segunda venida o quizás se esté refiriendo al encuentro definitivo con Él, al final de nuestro camino vital). Sabiendo esto debemos prepararnos para tal encuentro porque no podemos vivirlo de cualquier manera.
No es suficiente un candil (que puede representar nuestra capacidad de fe, nuestro ser espiritual) sino que dicho candil ha de lucir y brillar de la mejor de las maneras para que ese encuentro realmente sea vivido. Nuestra fe, que es un don concedido, tenemos que alimentarla con el mejor de los aceites, como ya Jesús nos ha enseñado con su propia vida y a través de sus palabras y obras. Nadie ha dicho que no podamos equivocarnos o que no podamos tener momentos de flojera o bajones, como se indica en la parábola al decir que todas las vírgenes se durmieron, sino que precisamente tenemos que tener los recursos y la fortaleza necesarios para vencer esos momentos oscuros en nuestra vida de fe. Si hemos sido previsores no sucumbiremos.
Está bien que nos ayudemos unos a otros en todo lo que podamos, eso es ser cristiano también, la caridad y la ayuda al prójimo nos tienen que definir pero hay aspectos y momentos en nuestra vida como cristianos que nadie puede vivirlos por nosotros, ni suplantarnos.
De nada sirve que pidamos el aceite a otras personas, porque ese aceite es único para cada lámpara. La fe es un don intransferible, por supuesto que hemos de acompañar y enseñar a otros, podemos catequizar e incluso apadrinar en la fe, pero lo que nunca estaremos capacitados para hacer es vivir la fe del hermano, porque cada uno ha de mantener la fe que Dios nos ha concedido y que otros han acompañado. Si esa fe no se cuida ni se mantiene (de palabra y obra) se termina apagando.
Este es quizás el mensaje que Mateo quiso transmitir a sus hermanos en la fe en su comunidad del primer siglo; y este mensaje sigue tan vivo hoy, como lo estuvo cuando Mateo lo creó.
 

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