viernes, 25 de agosto de 2017

¿Quién es para tí Jesús? (Mt 16, 13-20)

 
Jesús nunca vivió del qué dirán; no porque no le importara la opinión que de sí tuvieran los demás, sino porque la certeza de su misión superaba cualquier juicio de valor humano. Sin embargo pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Seguramente Jesús imaginaba la respuesta, respuesta confusa, variada, incluso descabellada, había para todas las opiniones. No existía una opinión unánime sobre su persona; la respuesta “bailaba” desde los grandes profetas pertenecientes a la Antigua Alianza, Jeremías, hasta lo más novedoso de la época, Juan Bautista, pero en ese largo intervalo de siglos de historia cabían muchas personalidades y acontecimientos.
La pregunta inicial iba encaminada, no a buscar la respuesta sobre lo que la gente pensaba de Él sino, más bien, a si los suyos sabían con quién estaban y porqué. “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”.
Me atrevería a decir que ni el mismo Jesús se esperaba la segura, rápida y enérgica respuesta de Pedro. Precisamente el que mostraba más inseguridades y le planteaba más idas y venidas entorno al seguimiento, fue el que lo reconoció como “El Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Reconocer en Jesús al Mesías esperado durante siglos no es una imposición colectiva, no es algo fácil por los antecedentes y presentes que vivían los judíos entorno a la figura del esperado. Pedro profesa un acto de fe libre y personal. Dentro de la comunidad de los discípulos cada uno lleva su propio proceso, y él se declara abiertamente seguidor confeso del Mesías, Jesús de Nazaret.
Jesús reconoce este acto de fe en Él, en el Padre, y lo reconoce públicamente dejando claro que lo que acaba de profesar Pedro forma parte de un proceso interno que no depende de grandes doctrinas, elocuentes sabidurías ni enormes inteligencias sino que surge del don de la fe que sólo viene de Dios.
Si el evangelio no supone una interpelación personal constante y actual, no podríamos llamarlo evangelio.
Y tú ¿Quién dices que es Jesús? El credo que profesamos como comunidad cristiana no serían más que palabras elaboradas durante siglos por la Iglesia, y que repetimos en comunidad, pero en realidad algo poco encarnado, impersonalizado, volátil, débil… si no ha sido antes un acto de fe personal, un reconocer a Cristo como el esperado en tu vida; sabiendo que eso traerá consecuencias en la misma y la transformará.
Estoy con el papa Francisco, que como bien dice en la exhortación “Evangelii gaudium”: La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma…”.
La Iglesia debe revisarse tomando como referencia  los primeros tiempos, pero a la luz de los nuevos, para no traicionar su misión dentro de este mundo.
Justo en este pasaje del evangelio de Mateo, Jesús elige la piedra en la que se edificará la comunidad de sus seguidores. Pedro, precisamente en su profesión de fe; no en atención de lo mejor o peor que hablaba a las gentes, no por lo mejor o peor que supiera leer o escribir, convencer, rezar e incluso organizar… No, lo elige por su profesión de fe, por su seguridad al confirmar al Mesías en su propia vida.
Se necesitan hombres y mujeres fuertes (y con fortaleza me refiero a valentía) en la Iglesia, que incluso tengan que “luchar”, remar a contracorriente, dentro de la misma comunidad (como también hizo Pedro en Jerusalén, cuando eran difíciles los comienzos); hombres y mujeres con la fortaleza de la fe, del descubrimiento personal de Cristo que tiene que celebrarse y compartirse en comunidad, pero que nace de lo más íntimo de la persona y su relación con el Padre.
 

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