jueves, 5 de febrero de 2015

Rasgar nuestras vidas (Mc 1, 7-11)


Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado la venida del mesías de forma triunfal y apocalíptica.
En este relato del bautismo reaparecen algunos de estos rasgos en la forma (género literario) de contar las cosas. Sin embargo, aquí subyace una necesidad de anuncio por otro motivo, la humildad de la llegada, la manera silenciosa y poco habitual de la hierofanía real de Dios en Jesús.
Es como si Juan necesitase advertir que el que tenía que llegar, el mesías, “el que puede más que yo…”llegaría detrás del el. Necesidad de avisar por si la llegada humilde pudiera pasar desapercibida para el pueblo; porque, además, el llegar “detrás de” no solía ser muy habitual en las personas importantes, que por serlo, eran los primeros. El bautismo de agua que practicaba el, bautismo de hombres, no tiene parangón con la fuerza del perdón de los pecados y la misericordia de Dios.
Acabamos de celebrar la navidad, la manera humilde de llegar Dios a la tierra. En su vida adulta, pública, Jesús no deja de lado esa humildad y se presenta, sin ruidos, sin truenos ni estruendos.
Los que hemos tenido la oportunidad de pisar los santos lugares y hemos estado en el Jordán y sus orillas, en el lugar donde tradicionalmente se realizaban bautizos colectivos en tiempos de Juan y Jesús, nos hemos visto casi obligados a desechar las grandezas y adornos literarios de los relatos y nuestra imaginación, que otorgan al lugar, a los lugares, una belleza idílica. Cuando te ves allí, en mitad del desierto o las tierras áridas, respirando, viendo, oliendo, sintiendo, viviendo…cotidianidad y normalidad, comienzas a descubrir al Jesús de las sandalias.
“Apenas salió del agua…”.Como una nueva vida que emerge del agua con toda su fuerza. La puesta en escena de Jesús en la tierra de forma “oficial”hace que se rasgue el cielo (a eso me refería antes con lo de las reminiscencias del Antiguo Testamento en el género literario). La presencia de Jesús entre nosotros cambia o ha de cambiar nuestra visión del cielo y la tierra, del cosmos.
Jesús no se pone en la fila de los que van a ser bautizados como uno más por una cuestión de tradición ritual (porque además ese tipo de bautismos, de profetas populares, no eran ni oficiales, ni obligatorios) sino porque verdaderamente había entendido que su vida debía cambiar, había cambiado, y que la vivencia y pregón del Reino exigía un cambio radical que comenzaba con ese símbolo público del resurgir del agua.
Dios llega para rasgar nuestros esquemas y jerarquías celestes y terrestres con el fuego del Espíritu que ha de nacer de lo más íntimo del ser. Ya no basta con un gesto externo que nos invita a la conversión y limpieza rituales con agua. Ahora el bautismo de Espíritu rasga nuestro ser porque nace de dentro y ha de dar sus frutos fuera.
La humildad de Juan “No merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” es el comienzo de la actitud que requiere el Reino de Dios, es la continuidad del humilde nacimiento y un preámbulo de lo que tenía que llegar.
En la iglesia no nos debería preocupar tanto el secularismo y las fórmulas para evitarlo, los hermanos que se “apartan” de Dios. Sino que más bien, deberíamos trabajar unidos para cambiar lo que, desde dentro, hace que haya hermanos que no nos reconozcan como tal a nosotros.
La iglesia ha retomado el bautismo del agua con la invocación y presencia del Espíritu Santo. Agua y fuego se unen en una nueva creación para infundir en el bautizado la fuerza necesaria para cambiar su vida, la vida. La iglesia ha de ser un río de agua viva, un nuevo Jordán, que haga renacer en el Espíritu y la unidad a sus hijos.

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