Aunque
el texto no lo dice explícitamente, seguimos en el mismo escenario, Cafarnaún.
Allí, como comenté en otras ocasiones tenía Simón (Pedro) su casa, y es allí
donde se dirigió Jesús, a casa de amigos-seguidores-discípulos. Jesús se queda
entre la gente humilde, duerme, come y es acogido en las casas particulares, se
sienta a la mesa de todos, no solo de unos pocos; no sólo a la mesa de
aquellos que eran más favorables e
incondicionales suyos. Jesús entra y comparte la mesa (uno de los signos de
fraternidad y aceptación del otro más humanos y universales) con pecadores,
publicanos, fariseos… y también amigos-familiares.
Cuando
sólo compartimos con “los nuestros”, dice Jesús: “¿qué mérito tenemos?”. Caemos en un error, el error de la
comodidad y el de no descubrir lo bueno de otros. Si no entramos “dentro de” y
sólo nos quedamos en la puerta, en la apariencia, jamás sabremos lo bueno que
hay en las casas (en el interior de la persona), lo que nos pueden ofrecer otros que no
consideramos nuestros amigos.
“Se
le pasó la fiebre y se puso a servirles”. La curación de la suegra de
Pedro, junto con el pasaje de la curación en la sinagoga, hace que Jesús sea
reclamado a todas horas y en todos los lugares: “La población entera se agolpaba
a la puerta”. A nivel humano esto es algo que Jesús necesita
gestionar. Jesús necesita compartir
también con el Padre su propia misión. Él busca lugares solitarios, lugares que
le ayuden a encontrarse con la presencia
de Dios; en la naturaleza-desierto (obra de sus manos), pasaba horas-noches en
soledad. Hemos de entender que el encuentro con Dios, la oración aunque tenga
una dimensión comunitaria, ha de ser antes algo muy personal, buscado y querido.
Jesús
tenía la constante necesidad de la oración. Lo vemos en el evangelio de forma
permanente. Ese encuentro-oración es lo que da sentido y forma a toda su
actividad con la gente después. Los cristianos no debemos abandonar la oración,
el diálogo sincero con el Padre. El abandono de la oración supone no darle
sentido a nuestra vida, no poner en las manos de Dios nuestras cosas.
“Todo
el mundo te busca. Él respondió: vamos a otra parte”. Jesús no busca la
fama ni reconocimiento de la gente, más bien parece que huyera de eso. Se
centra en su misión con premura e intenta no quedarse en la vanagloria
pasajera.
Hemos
de intentar no buscar constantemente el aplauso y elogios de los otros porque
eso resta, a veces, frescura y
autenticidad al mensaje central, a lo importante. Cuando estamos más pendientes
de nosotros y de cómo lo hacemos, caemos
en anteponer los intereses personales a la tarea por el Reino.
Ojalá
algún día entendamos que el mejor púlpito de una iglesia no está hecho de
mármol ni ha de ser un escaparate de aparente dignidad sino que el cristiano,
con el lastre de todas sus miserias humanas, ha de buscar el pulpito de la
soledad y la oración a escondidas, porque allí es donde está el Padre. Ese es el
único púlpito que nos puede hacer proclamar con energía sin esperar recibir
elogios en donde ya hemos testimoniado. Porque la tarea del Reino urge, porque
la tarea del Reino no entiende de méritos personales.
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