“Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y tierra…” La alabanza de Jesús al Padre es ya, desde su inicio,
un reconocimiento de la grandeza y la omnipotencia de Dios, Señor del cielo y
de la tierra, de todo. Esta acción de gracias no lo es por dicha grandeza, que
ya la posee Dios a pesar del humano y que en ello nosotros no hemos participado
en nada ya que nuestra pequeñez es ajena a dicha omnipotencia; precisamente por
esta pequeñez, elegida por el Padre, es por la que Jesús realiza esta acción de
gracias.
Un Padre que quiere a sus pequeños,
que elige a los más débiles (no es tanto la edad temporal, sino la actitud
humana de humildad y pequeñez).
Las cosas de Dios son escondidas
a los poderosos y reveladas a la gente sencilla. No es tanto que Dios quiera
esconder nada, sino más bien que la cerrazón, ceguera y ambiciones humanas nos
nublan, nos impiden ver más allá de nosotros mismos, no nos dejan abrirnos al
plan de Dios, al proyecto que Dios tiene destinado para sus hijos. Son los más
sencillos, los que no están corruptos con las miserias humanas, los que pueden
ver con claridad quién es y qué quiere Dios.
Jesús es el fiel reflejo del
Padre. Él se rodea, se deja encontrar y se sienta a la mesa con los pecadores,
en las praderas y montañas con la multitud venida de pueblos y aldeas muy
humildes, en los caminos con los enfermos y desheredados de la tierra. Su
manera de vivir y relacionarse nos está invitando a ver con claridad qué es lo
que Dios quiere y a quién elige.
A esa gente, pastores
(considerados impuros para el sector judío más ortodoxo) gente que tocaba y
trataba la tierra con sus propias manos y sectores marginados de la sociedad, la
elite los consideraba despreciables, les restringían el acceso a Dios. Las cosas
de Dios no estaban destinadas para ellos y por eso estaban en un continuo
estado de purificación y humillación personal. Sin embargo, es lo que Jesús más
valora y por eso se sienta con ellos, sintiéndose uno de ellos.
“Sí Padre, así te ha parecido
mejor”. Una vez más vemos en las palabras y acciones de Jesús la íntima
unión del Padre con el Hijo y viceversa. Y será muy difícil acercarse a Dios si
antes no hemos entendido el proyecto del Reino que Jesús vive, y nos invita a
vivir.
“Venid a mi los cansados y agobiados…”.
En este proceso de vivencia o descubrimiento del Reino de Dios en la tierra,
Jesús descubre corazones cansados, gente que no puede más, humildes y pequeños
que se sienten desterrados, agobiados y baldados por los pesados yugos y
lastres que se ven obligados a cargar en sus vidas, y que otros se han
inventado para ellos, para que la grandeza, perfección y pureza de unos brille
a costa de la humillación de otros.
Él aliviará a quién se sienta
cansado, incomprendido por una sociedad que inventa marginados. En tiempo de
Jesús ese yugo era la carga de la ley, el cumplimiento a raja tabla de pesados
lastres legislativos que, según los entendidos y sabios, venían de la voluntad
de Dios, como si El quisiera que fuésemos bueyes de carga para su causa.
Hoy quizás, en la Iglesia , hay hombres y
mujeres que viven una situación personal, posiblemente no elegida del todo por
ellos (ya que el corazón les pide que estén ahí), o quizás sí, y a causa de
dicha situación sufren pesados yugos. Hoy quizás, en la Iglesia, hay hermanos
que se sienten presos del cumplimiento del antiguo precepto sin saber muy bien
porqué, esclavos de la norma humana, que puede y ha de cambiar, de estructuras
del pasado que estigmatizan más que sanan. Agobiados por una conciencia de
pecado que ha estado ahí desde la más tierna infancia, en donde se reflexionaba
más sobre la propia conciencia y lo malo
que se hacía que sobre la gracia y misericordia del Jesús que acoge y alivia.
“Cargad con mi yugo y aprended de
mi, que soy manso y humilde de corazón…” Jesús nos invita a cargar con
los yugos de otros, la cruz se hace más llevadera si somos buenos Cirineos, si
acompañamos y repartimos la carga, más que si condenamos o mostramos
indiferencia ante el sufrimiento del otro.
Hay “yugos” y cruces que sólo
puede llevar cada uno, eso es cierto, pero quizás se haga más llevadero a todos
los niveles si, en vez de condena y exclusión dentro de la Iglesia, hay algo
más de acompañamiento y mirada limpia y humilde.
Es tiempo de que, como comunidad,
revisemos los yugos que ya no valen, los yugos inventados por no se qué razón…
es tiempo de esperanza, de misericordia y de apertura a la gloria del Padre, y
no del portazo a la entrada al banquete porque, recordemos que, los primeros
invitados han sido los que andan por las calles sin rumbo.
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