Sucumbir
a la tentación es algo que, en no pocas ocasiones, flota en el enorme lago de
lo subjetivo, porque lo que para muchos son tentaciones y pecados para otros
son simplemente elementos de la vida que hay que afrontar con absoluta
normalidad, no demonizando tanto las cosas, o a tantas cosas, que al final solo
veamos demonios. Y esto puede parecer pura relatividad y conformismo pero no lo
es. Es evidente que hay cosas, actitudes… que son inequívocamente malas o
buenas pero hay otras que para que lo sean dependen del tratamiento humano que
se les dé. Las tentaciones dependen mucho, también, del proceso vital de cada
persona, de las metas que quiera alcanzar cada uno y de lo que es importante
para unos y no para otros. De tal manera que lo que puede suponer una tremenda
tentación para uno, para otro no resulta ni en su pensamiento.
Jesús
sí tuvo claro lo que para él eran tentaciones a las que no debía sucumbir al
principio de su misión ya que estas podrían anularlo.
“Jesús
fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo…”.
Es difícil mantener que este episodio sea histórico tal y como entendemos la
historia hoy. Nos encontramos más bien ante un relato que nos muestra la opción
teológica de Jesús.
En
la soledad de la persona, cuando nos encontramos con nosotros mismos sin nada
ni nadie que nos condicione, es cuando no podemos engañarnos. Es ahí donde nos
volvemos más vulnerables y podemos ser tentados.
“Di a
estas piedras que se conviertan en panes”. Los seres humanos tendemos a
buscar el provecho de todo, de tal forma
que todo lo que no me sirva es que no sirve. Destruimos o fabricamos a nuestro
antojo según los beneficios que nos produzca o las necesidades que tengamos,
alterando, en muchas ocasiones, la misma vida o el sentido transcendente de
muchas otras cosas que no podemos entender con nuestra razón.
“Tírate
abajo…vendrán los ángeles”. Nuestros descubrimientos e inventos parecen
querer superar al Dios de la creación y, a veces, así lo creemos olvidándonos
de Él y de nuestro propio origen, olvidándonos del único Creador. Al olvidarnos
de esto estamos tentando a Dios porque rozamos los límites de lo que
humanamente podemos abarcar, adquiriendo un papel que no es el nuestro.
“Si
te postras y me adoras…”. Jesús no sirvió a ningún señor humano, ni a
ningún poder terrenal, incluida la religión, sino que decidió hacer de su vida
un acto de amor servido, para dar gloria al Creador y verdadero Señor. A los
humanos nos gusta mucho hacer de señores. Utilizamos mal la autoridad que se
nos concede, haciendo de ella un instrumento para la superioridad. Nadie puede
pedirnos que seamos sumisos a su voluntad, que
adoremos su persona y sus decisiones sin réplica porque, en ese supuesto,
estaría apropiándose de una autoridad que no le pertenece.
Jesús
lo tuvo claro, en la soledad del desierto supo que: mal utilizar su poder para
servirse a sí mismo, ejercer una autoridad desmedida y confundir al servicio de
qué o de quién estaba eran sus más fuertes tentaciones y supo superarlas ¿Y
nosotros? ¿Cuáles son las nuestras? Os invito a descubrirlas desde el desierto
de vuestro interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario