El
encuentro de Jesús con la mujer samaritana está repleto de enseñanzas, es un
encuentro fresco que nos habla de un de Dios universal.
“Dame de beber”. Desde muy niño me ha
llamado la atención esta petición de Jesús, de Dios, a una mujer, un ser humano
¿Cómo era posible que el mismo Dios pida algo tan simple como agua a una mujer
en el mismo bocal de un pozo? Pero lo que de niño me llamó la atención se fue
resolviendo a la par que iba cambiando mi concepto de un Dios omnipotente a un
Dios que cuenta con los seres humanos. Y es que Dios solicita nuestra ayuda a
través de los hermanos que tanto nos necesitan. Hay muchos hombres sedientos,
en lo físico y en lo espiritual, que nos piden de beber y no descubrimos que en
esa petición está Dios mismo. Pensando que Dios nos pide cosas o sacrificios
grandes, pasa a nuestro lado, se para delante de nuestro pozo, y le dejamos
pasar pensando que no puede ser Él. Sin embargo la samaritana si supo descubrir
quién era Jesús, aunque antes se tuviera que deshacer de algunos prejuicios.
“¿Eres
tú más que nuestro padre Jacob…?”. La mujer, después de la conversación
con Jesús, sabe entender rápidamente que la época de los grandes patriarcas ha
pasado porque ya estaba ante ella lo que más ansiaban y esperaban, el Mesías.
En
la Iglesia, en nuestra sociedad, nos hemos quedado en ciertas cuestiones en la
herencia veterotestamentaria de los patriarcas, reyes y profetas y no estamos
sabiendo llevar a nuestra vida el legado de la Nueva Alianza que nos ofrece Jesús. Seguimos viviendo en el
pasado, casi con los mismos prejuicios, rechazos y leyes sin acogernos al agua
viva que lo renueva todo y calma la sed definitivamente.
La
samaritana, despreciada por muchos de su entorno, se sorprende al comprobar que
Jesús conoce su historia, su vida… y que, aún así, se acerca a ella. Dios
conoce nuestra vida, sabe de nuestros tropiezos y de las barreras que nos
parecen imposibles superar, sabe de nuestras cualidades y dones pero también de
nuestras miserias a las que nos agarramos como si fueran nuestra tabla de
salvación en este mundo. Vivir de espaldas a Dios es negarnos a nosotros
mismos. Dios no nos pide más de lo que podemos dar pero tampoco menos; Somos
nosotros los que, a pesar de nuestras debilidades e imperfecciones, debemos vivir
en espíritu y verdad, porque Dios nos ofrece esa agua, esa posibilidad
de volver a empezar sin juzgarnos por nuestra vida, a veces poco ejemplar, como
le pasaba a la mujer de Samaría.
Imagino
que debió ser un diálogo tranquilo, extenso y sin prisas en dónde los
prejuicios se iban transformando en oportunidades. Así ha de ser nuestra vida,
un diálogo continuo con el Dios de la vida, que mora en nuestro interior, en el
que vayamos descubriendo cual es nuestro camino y cómo recorrerlo.
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