“Maestro,
¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?”. En la
sociedad del tiempo de Jesús se creía que la enfermedad, sea cual fuere, tenía
su origen en el pecado de la persona que la padecía o en el de sus
progenitores. Por tanto, los enfermos sufrían un doble estigma, el del dolor
físico, por un lado, y el del rechazo religioso-social de aquellos que decían
seguir la fe de Moisés. Ante esta pregunta de los discípulos Jesús se muestra
rotundo afirmando que la enfermedad no la manda Dios, y que no siempre hay una
relación directa entre pecado y enfermedad.
“Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Jesús sabe que el ciego es
uno de los predilectos de Dios, y así lo muestra delante de todos los presentes
sanando su ceguera. Él es el único que puede mostrarnos el verdadero camino. Él
es nuestra luz en este mundo, en los momentos en los que no vemos salida, lo vemos
todo oscuro, sufrimos ceguera…
“Ve a
lavarte a la piscina de Siloé”. Es curioso como Jesús, por un lado,
rompe los esquemas tradiciones sanando y perdonando en sábado, y por el otro,
mantiene las tradiciones mandando al ciego que se lave en la piscina a la que
todos los enfermos acudían a buscar curación. Jesús no quiere romper con las
tradiciones de su pueblo, ni con la ley de Moisés pero sí con la ceguera de la
dañina interpretación de la Escritura que causa injusticia.
Para
Jesús, ver significa vivir con la plenitud y la alegría de saberse hijos de
Dios. Y la ceguera es vivir en la mediocridad, alejados de la Luz que es Dios.
“Sabemos
que es nuestro hijo y que nació ciego pero cómo ve ahora no…”; “Ya es mayor,
preguntádselo a él”. Los padres del ciego casi que lo abandonan en el
momento más importante de su vida por miedo a los fariseos y los letrados, por
miedo a la religión y sus castigos. Hay personas es nuestro mundo que, teniendo
una vivencia y experiencia de Dios rica, luminosa y quizás poco tradicional, no
se atreven a compartirla por miedo a las represalias de la dogmatica hermética
que encarcela al Espíritu que se revela en cada corazón. También por miedo a la
interpretación radical de aquellos que matan si no se habla del dios
fundamentalista en el que ellos creen.
“Si
es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo”. El que
había estado ciego no entra en cuestiones teológicamente complicadas, ni en
enrevesar con interpretaciones humanas que cuestionan las cosas de Dios, porque
no es un erudito sino que habla desde su simple, y a la vez milagrosa,
experiencia vital que le ha llevado al encuentro con Dios, habla de su proceso
de fe. El solo sabe que antes era ciego y ahora ya no lo es, lo demás para él
son minucias. A veces, nos detenemos en cuestiones que nos entretienen y
desvían del verdadero encuentro con Dios en nuestra vida, nos centramos en
cuestiones muy secundarias unas veces queriendo, interpretando lo que nos pide
Dios por miedo a la exigencia que requiere seguirle, y otras de forma
inconsciente.
“Empecatado
naciste tú de los pies a la cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?”.
El ciego no puede creer lo que está escuchando, no puede creer que después de
haber visto lo que han visto, no crean y sigan cuestionando a Jesús porque
puede más su absurda y trasnochada creencia que lo que están viendo con sus
propios ojos.
Es
curioso ver cómo se afirma, en este pasaje, que solo puede perdonar Dios,
siendo las consecuencias de esto que mucha gente vive sin oportunidades y con
el estigma de la culpa porque a los hombres les está prohibido perdonar pero,
sin embargo, los hombres si pueden juzgar y decidir quién es pecador y quién
no.
“¿Crees
tú en el Hijo del Hombre? Él contestó: Creo Señor”. Deseamos la Luz
para ver con claridad y reconocer quién es el Señor de nuestras vidas, para no
caer en idolatrías pasajeras que nos alejan de lo importante, eso es Señor lo que
necesitamos. ¡Tócanos con el barro que sana y otorga la Luz, que eres Tú!