Jesús
nos sigue animando a no quedarnos en la ley que se lee, se interpreta y se vive
al pie de la letra sino a que vayamos más allá. Este pasaje del evangelio de
Mateo es una continuación de lo que nos decía la Palabra la semana pasada, de
esa renovación y perfección de la ley de Moisés por Jesús.
“Sabéis
que está mandado: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo…”. La
ya archiconocida Ley del Talión no deja de ser una Ley que se basa en la
venganza buscando una condena teóricamente objetiva-justa ante cualquier
delito. Una vez más, Jesús va más allá de la Ley y, sin abolirla, le pide al
hombre un esfuerzo para que realmente la Ley cumpla su misión que es hacer
justicia y enmendar lo torcido, la cuestión es que ahora Jesús lo hace desde la
bondad y el amor, es decir, superando el mal haciendo el bien y no provocando
más dolor y sufrimiento. Efectivamente, esto no deja de ser hoy una utopía a
los ojos de los hombres pero no lo es así para Dios que entregó su propia vida
para enseñarnos que el amor lo vence todo.
“Yo,
en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos…”. ¡Qué exigente es Dios!
¿Verdad? ¡A qué extremos nos pide que lleguemos! Amar a todos los hombres
incluidos los enemigos, es decir, aquellos que nos persiguen, nos calumnian,
nos hacen daño físico o moral… ¿Qué quiere Dios de nosotros con esta actitud?
Él es bueno y justo, por eso hace salir el sol para todos sin distinciones y
regala la lluvia a justos e injustos; Y en esta línea quiere que actuemos sus
hijos porque si no… ¿qué mérito tenemos? Ser cristiano no es una minucia, ser
cristianos requiere un cambio en el orden de las cosas, incluidas las leyes, y
de la vida personal.
En
contraste con lo que quiere y exige Jesús, en ocasiones la religión se ha
centrado en detalles sin importancia o en cuestiones secundarias que despistan,
e incluso excluyen y hieren a hermanos, sin centrarse en lo realmente nuclear. Hay
leyes religiosas que provienen de los humanos y no de Dios, que no tienen su
base en el amor (por tanto mucho menos en el amor a los enemigos, a los
distintos, a los que nos son como yo…). Amar al prójimo puede ser demasiado
genérico pero en realidad la dificultad del amor, tal y como nos lo plantea
Jesús, reside en la cotidianidad. Si hacemos del amor nuestra actitud
permanente y diaria nos encontraremos, sin tardar, a mucha gente que
normalmente despreciamos o ignoramos, y es ahí donde ha de hacerse real el
mandamiento del amor.
“Por
tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Sí,
Jesús nos pide la perfección, y es que la ley y el derecho son importantes para
regular la convivencia pero en ocasiones no son suficientes. Quizás hemos de
empezar los cristianos a demostrar que en este mundo, además de la ley humana,
es necesaria una buena dosis de misericordia ya que es la única que puede
hacernos superar el odio y el rencor.
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