“Soy
yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. Puede
resultarnos curioso que a pesar de que en episodios precedentes (Visitación de
María a Isabel, anuncio del Mesías por Juan Bautista) la importancia y primacía
era toda para Jesús ante la figura de Juan, ahora es Jesús el que baja al Jordán
buscando a Juan para ser bautizado por él. Esto es algo que hasta al mismo Juan
le sorprende, y por eso, en un principio, se niega a concederse el privilegio
de bautizar al que ya antes había reconocido como Mesías.
Jesús
acepta encarnarse con todas las consecuencias; Aceptar ser humano es saber cuál
es el lugar de cada uno delante de los demás y de Dios mimo. Jesús ha de
humillarse para luego poder ser ensalzado por méritos propios y no por títulos
que le puedan ser concedidos previamente por algunos, sólo algunos, que ya lo
habían reconocido. A Jesús le faltaba pasar aún por muchas etapas, muchas de
ellas amargas y dolorosas, antes de ser reconocido a priori como el esperado.
Si Jesús quería y buscaba un cambio en su pueblo había de cambiar antes ideas
preconcebidas o quizás malinterpretadas en relación al Mesías que debía llegar,
y para ello debía estar y vivir con su pueblo. Jesús quiere tomar carne humana
y con ello asume alegrías pero también dolor, por eso no acepta reverencias
prematuras.
“Apenas
se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo
bajaba como una paloma y se posaba sobre él”. Juan había estado
predicando un bautismo de agua previo arrepentimiento de los pecados. Jesús
promete, con el bautismo, al mismo Espíritu Santo y con ello convertirnos en
verdaderos hijos de Dios. También bautizándose, Jesús, se rebaja a lo más
humano. El bautismo de Juan conlleva reconocer faltas y pecados (algo que Jesús
no tiene) pero para él era muy importante experimentarlo y que todos vieran que
por ahí empezaba un cambio.
Con
nuestro bautismo cristiano estamos arropados y protegidos por la gracia del
Espíritu Santo. Este mismo Espíritu ha de guiarnos y de hacernos dilucidar en
cada momento cuál es nuestra misión dentro de la comunidad eclesial y dentro de
la comunidad humana. No hemos de tener miedo en la Iglesia a una renovación
constante según vaya guiándonos el Espíritu; Lo peor que puede pasarnos en la
comunidad eclesial es quedarnos anclados en el pasado por la seguridad de lo
que ha funcionado y por el miedo a equivocarnos.
Sólo
podremos llegar a una transformación de la Iglesia, a una Iglesia que realmente
responda a las necesidades de nuestro mundo, desde una
transformación-conversión del corazón individual. Las promesas bautismales han de
ser renovadas constantemente porque, aunque el Espíritu permanece en nosotros
desde nuestro bautismo, nuestro compromiso puede acomodarse hasta incluso
llegar a ser anti-testimonio.
Que
el Espíritu recibido en el bautismo nos ayude a transformarnos para transformar
nuestra comunidad en una comunidad viva, que sea verdadero testimonio en el
mundo que nos ha tocado vivir. Mundo que necesita el Espíritu de Dios como la
cierva busca los torrentes de agua viva.
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