La
fe, una palabra tan sencilla pero a la vez tan compleja y abstracta, tan
universal y genérica como íntima, subjetiva y personal.
Quizás
muy osada la petición de los discípulos: “Auméntanos la fe” ¿Qué fe? ¿A qué
se referían? ¿Sabemos en realidad lo que significa tener fe?
“Si
tuvierais fe como un grano de mostaza…”. La fe no entiende de
categorías-medidas humanas. Jesús reconoce en sus discípulos que su fe es más
pequeña que un grano de mostaza, es decir que es una fe de mínimos, una fe aún
precaria… me atrevería a decir infantil. Pero ¿En qué se basaba para afirmar
esto?
La
fe supone un cambio de actitud. Un disfrutar de y con la vida que cambia
nuestra forma de ser con nosotros mismos y con los demás. La fe conlleva una
alegría y esperanza capaces de silenciar el dolor, la tristeza e incluso la
muerte. Por eso los discípulos pidieron a Jesús que aumentara su fe, porque
seguramente ellos veían en Él una actitud distinta ante la vida, una fortaleza difícil
de entender y de adquirir pero que les resultaba llamativa y la deseaban.
¿Puede
alguien aumentarnos la fe? ¿Es responsabilidad de Dios nuestra fe? En la
Iglesia se define muchas veces la fe como un don, y entendida así parece que no
la puede tener todo el mundo, pero yo creo que la fe es una dimensión que todo
ser humano tiene y a la que debemos abrirnos. Hay ciertas acciones, actitudes y
lugares que facilitan el cuidado y apertura a la fe; En ellos están incluidas
todas las religiones, esa es su tarea, descubrir al ser humano su dimensión de
fe para que descubra el mejor camino que le acerque al transcendente, a Dios.
Todo
esto lleva a plantearse la actitud del cristiano adulto que ha crecido
físicamente, profesionalmente y personalmente, pero que ha olvidado el cuidado de
su dimensión de fe viviendo de las rentas recibidas en la niñez, y por tanto
manteniendo una fe infantil en un ser adulto.
Se
dice en el mismo evangelio de Lucas, refiriéndose a Jesús aún siendo joven,
que: “El niño crecía en estatura, gracia
y sabiduría”. Esta es una asignatura pendiente en el cristianismo, al menos
en la Iglesia católica, nutrir, cuidar el proceso de fe. Es cierto que esto es
una responsabilidad personal, pero la Iglesia como cabeza y madre, también
debería facilitar caminos y medidas más realistas y adaptadas a los tiempos,
para que no se descuide la fe. Nuestros chicos y chicas crecen en estatura y
conocimientos a un ritmo vertiginoso. No descuidemos el cuidado y el
crecimiento de su fe, porque al igual que los discípulos se lo pidieron a
Jesús, ellos nos demandan que aumentemos su fe, es decir, que les ayudemos a
cuidar su fe. Si bien es cierto que “un
ciego no puede guiar a otro ciego”, es por tanto necesario que antes
revisemos y mimemos nuestra relación con Dios, nuestra fe.
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