La
escena que nos muestra el evangelio es, cuanto menos, curiosa y se me antoja también
un tanto especial y poco frecuente. Es una escena llena de personajes
antagónicos, llena de contradicciones pero a la vez de enseñanzas.
“Un
fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él”. Si bien es cierto que
no todos los fariseos eran iguales, la imagen que tenemos hoy los cristianos de
ellos es negativa porque así nos lo han transmitido los relatos en los que se
los nombra en los evangelios. Pero es curioso que un judío fariseo, por tanto
amante de la ortodoxia, se acercara, invitara e incluso rogara a Jesús, que tenía fama de ser un
maestro poco ortodoxo, a comer a su casa y compartir su comida.
Por
otro lado en casa de ese fariseo parece que entra sin más dificultades una
pecadora pública, es decir una prostituta, al enterarse de que Jesús está allí
y le unge los pies. Fariseo y pecadora, ambos ante Jesús tal y como son.
Seguramente el fariseo no invita a comer a Jesús a su casa sin más, sino que
querría saber más de su enseñanza, querría saber más de cerca quién era y qué proponía
Jesús, seguro que tenía preparadas algunas preguntas sobre la ley para ver la
interpretación de Jesús. Sin embargo la mujer pecadora no tiene nada preparado,
simplemente se entera de que Jesús estaba allí y ve la oportunidad para
acercarse a Él y mostrarse su respeto y su cariño, porque sabe que es el único
que no la juzga.
“Si
este fuera profeta, sabría quién es esta mujer…”. Al fariseo le repugna
esta imagen de la mujer besando los pies de Jesús y ungiéndolos con un perfume
carísimo en el momento de la comida. Es la personificación de la impureza en su
casa, y eso no se lo podía permitir a si mismo porque tenía una imagen que
guardar, por eso cuestiona e intenta desprestigiar a Jesús poniendo en duda su
persona.
“Sus
muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor, pero al que poco se le
perdona, poco ama”. Jesús es categórico una vez más, a Dios no le
importan tanto los pecados de sus hijos sino la falta de amor. A Jesús no le
importaba que el fariseo tuviera “menos” pecados que la mujer, sino que valora que
la mujer actúa en la vida por amor y con el corazón y el fariseo, en cambio,
bajo la excusa demoledora de la ley.
La
ortodoxia y el cumplimiento de no sé qué ley hacen que, sentados a la mesa en
nombre de Cristo y con Cristo (en la misma eucaristía), rechacemos a hermanos por
su condición o situación o porque no encajan en la “ley” de la iglesia; Tachándoles
de pecadores públicos (divorciados, homosexuales, prostitutas…) y por tanto
excluyéndolos del banquete, casi sintiendo vergüenza de ellos y prohibiéndoles
comulgar. Quizás si Cristo tuviera que decir algo en todo esto, lo primero que
haría sería preguntarnos por la medida de nuestro amor.
Es
mala la religión que juzga previamente a la gente sin antes mirarles a los ojos con cariño para decirles: “Dios
te ama y yo también”.
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