“En
aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías”. Es una de las actitudes más comunes del ser
humano, esperar, estar expectantes, desear y por tanto imaginar… Esperaban un
mesías pero no tenían pistas ni de cuando, ni de cómo tenía de llegar, por
tanto eso daba lugar a que la expectación fuera acompañada de pre-concepciones
e ideas muy dispares en relación a cómo, cuándo y quién podía ser. De ahí que
en tiempos de Jesús, incluso antes y después, surgieran falsos mesías (unos
creyéndolo de sí mismos, por tanto lunáticos, y otros simples mentirosos con
afán de engañar a la gente y lucrarse). Y en medio de toda esa expectación, y
habiendo aclarado las cosas Juan, llega Jesús, el Mesías que nadie habría
podido imaginar, por eso la disparidad de opiniones en torno a Él y los
distintos tipos de seguidores.
Cuanto
más esperamos algo en la vida, más impaciente es la espera y muchas más las
ideas de cómo podrá ser eso que esperamos; Nos gusta soñar en positivo, nos gusta
imaginarnos las cosas de forma muy idílica porque ese sentimiento es
placentero, pero a veces no es acorde a la realidad y por tanto, cuando llega
lo que tanto estábamos esperando, es posible que nos decepcione. A veces
esperamos muchas cosas de Dios, actitudes para con nosotros, y suponemos que
Dios ha de ser de una manera determinada o ha de actuar como nosotros pensamos.
Los
teólogos estamos muy acostumbrados a hablar de Dios, e incluso en ocasiones
hablamos tanto de ÉL que parece que alguno de nosotros lo hemos visto, que
sabemos a ciencia cierta, lo que quiere de nosotros y nuestro mundo, pero en
realidad eso no es así. Nosotros también estamos expectantes como el resto de
los hijos de Dios y como lo estuvo también el pueblo de Israel, y esa expectación
junto con el análisis de nuestra realidad, o al menos la que nosotros vivimos,
nos hace hablar de Dios de una forma muy categórica.
¿Qué
esperamos o a quién esperamos en la vida? Soñamos con una ansiada felicidad,
con hacer planes de futuro que nos harán felices para siempre o al menos nos
ayudarán, mientras se va pasando el presente, mientras consumimos nuestras
horas soñando, esperando a no se sabe qué o quién. Sin embargo Dios es el que
espera que demos el paso; Dios es el que sabe que estamos preparados, y espera
que nos acerquemos a Él a través de este mundo, a través de los demás, que
seamos valientes en el vivir y en el hacer, que sepamos ser felices en nuestro
día a día sin esperar a mañana, ya que el esperar al mañana es el haber perdido
el hoy. Y con esto no estoy hablando de un simple “carpe diem”, sino de una
actitud agradecida que desea vivir en
plenitud cada momento.
“Jesús
también se bautizó,…bajó el Espíritu Santo…y vino una voz del cielo…”.
En el Antiguo Testamento son muy comunes la hierofanías, pero en este caso es
Dios mismo el que se manifiesta, una teofanía completa en el bautismo de Jesús.
Es Él el que se acerca a bautizarse como Hombre, pero se manifiesta plenamente
Dios Padre y Espíritu. Es aquí donde queda clara nuestra fe en la Trinidad, es
aquí donde vemos cómo Dios se manifiesta en todo, en todos, siempre y para
siempre. Ese es el gran misterio trinitario, la omnipresencia de Dios.
El
saber que Dios te acompaña es siempre alentador y gozoso. Jesús se acercó a
bautizarse con grupos de gente pecadora que necesitaban conversión, pero Él no
necesitaba ni redimirse de pecados ni convertirse, sino que quiso hacerse
cercano al que necesita de su ayuda y por eso Dios se hace uno de los nuestros,
poniéndose a nuestro lado sin que nos demos cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario