“Estaba
próxima la Pascua de los judíos…”. La Pascua para los judíos era y es
una de sus fiestas principales. Jerusalén triplicaba su población, ya que para
un judío no sólo era un precepto sino un gozo el poder subir al monte santo en
el que se hallaba el templo y ofrecer sus holocaustos en la morada de Dios, en
el Sancta Sanctorum.
En
este escenario Jesús, como buen judío, sube a Jerusalén para orar en el templo,
pero cuando llega, nos dice el evangelio de Juan, se encuentra una estampa
digna de uno de nuestros mayores centros comerciales. Jesús no puede soportar
el ver cómo, al pasar la puerta que separa la ciudad del recinto del templo,
cambia completamente de mundo; Jesús se encuentra una algarabía de gentes y
mercancías pregonadas y ofertadas al mejor
postor.
El
templo que lo era todo para los judíos pero que vivía, en muchas ocasiones, a
costa de los mismos. En el mismo templo se compraba la oveja que luego se iba a
sacrificar. Pero esa ofrenda obligatoria
para la “salvación”, no era una ofrenda del todo ni libre ni justa ya que los
“grandes” podían ofrecer los mejores frutos y terneros cebados, y los pobres
simplemente un par de tórtolas. Jesús sabía que algunas ofrendas no eran sino
ofrendas de temor a Dios, un temor inculcado por sus mismos sacerdotes. Porque
los sacerdotes eran los que aceptaban que los vendedores estuvieran en el
recinto sagrado vendiendo lo que luego ellos iban a consumir ¿Quizás de lo
vendido exigirían comisión? Jesús sabía de la corrupción de algunos sacerdotes
y fue eso lo que no pudo soportar, ya que aquel escenario era debido a la
permisividad e intereses de aquellos que más ejemplo debían dar y que, de
alguna manera, comerciaban con la fe del pueblo de Dios.
Desde
mi pequeñez y desde el conocimiento y estudio de la historia de nuestra
comunidad eclesial, le doy gracias a Dios porque, si bien en épocas pasadas
nuestra Iglesia se asemejaba más a este pasaje evangélico en el que algunos
miembros del sanedrín eran más banqueros que ejemplo para el pueblo, creo que
hoy la Iglesia ha iniciado una profunda revisión y cambio con el que pretende
acercarse, cada vez más, al Jesús indignado con tanta hipocresía. Pero también le pido a Dios que nos de la fuerza
necesaria para que las cuestiones más banales de nuestro mundo no conviertan a
nuestra comunidad en una mercancía más. Porque no es ningún secreto que nuestra
sociedad y nuestra política, quiero creer que no es así en nuestras
comunidades, está llena de corruptos que se lucran con el dinero de la gente
sencilla que ignora y confía.
“Y
haciendo de cuerdas un látigo…”. Parece que nos atrae más un Jesús con
el látigo del que habla Juan, de hecho es el único evangelista que habla del
látigo en este relato, que quizás un Jesús más tranquilo o diplomático. Sin
embargo Jesús va más allá del látigo (algo que sinceramente hoy y siempre me ha
costado entender y que creo que puede tener poca base histórica). Quizás el
látigo fue más moral, más de reproche y rabia hacia los sumos sacerdotes que
hacia los vendedores.
Parece
que dotando a Jesús de sentimientos y reacciones tan humanas como la rabia o la
ira, nos sentimos mejor, o lo hacemos más cercano o entendible. No es que
quiera yo quitarle humanidad a la figura de Cristo, “verdadero Hombre y verdadero Dios”, pero creo que el punto
intermedio no está tanto en el látigo, como en lo que significa este. De todas
formas reacciones parecidas son ya anunciadas por los grandes profetas
(Jeremías, Zacarías…) “El celo por tu
casa me devorará” (Salmo 69).
“Derribó
el dinero de los cambistas y derribó las mesas”. En el templo también
había cambistas de monedas. Hoy también nos cambian nuestro dinero, trabajado y
sudado durante toda una vida, por las famosas preferentes que se pierden, o por
hipotecas eternas que heredarán nuestros hijos; Cuando el derecho a un hogar es
algo tan justo y necesario como el alimento. No quisiera meterme en política
porque ni es la intención de este comentario ni del mismo blog, pero no puedo
evitar identificar a gran parte del sistema bancario y político con una “cueva
de ladrones”.
“Mi casa es casa de oración” (Afirma
Mateo en su evangelio). Jesús rompe con la inflexible y cerrada tradición de su
pueblo que “encerraba” a Dios, no sólo en un templo, sino también en un arca.
Jesús nos propone sentir y descubrir a Dios en cualquier parte, en nosotros
mismos. Nosotros somos la mejor arca donde habita Dios. Ese es el santuario en
el que Dios está, en ti, en cada uno de nosotros.
“Pero
Jesús no se confiaba con ellos…porque él sabe lo que hay dentro del hombre”.
Nadie mejor que el Dios-Hombre, Jesús de Nazaret, sabe lo que como humanos nos
pierde y nos hace débiles; Nadie mejor que Él sabe de las debilidades y
traiciones humanas. Jesús ha visto como, mientras de sus manos salían signos
visibles, era venerado por los que le seguían, pero desde el principio era
consciente del miedo, debilidad y traiciones humanas. En el momento más
delicado le dejarían sólo y eso es algo que tenía asumido.
¿En
qué queda lo humano cuando abandonamos a los que nos necesitan? Hay miles de
manos clamando justicia en nuestro mundo por unas causas u otras, pero nosotros
y nuestras limitaciones hacen que esas injusticias sean dobles. En nuestras
manos está el que no repitamos la historia una y otras vez, y que quién ponga
su confianza en nosotros no sea defraudado.
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