viernes, 7 de septiembre de 2018

Atender a la persona. "Effatá" (Mc 7, 31-37)

Jesús es un milagro; Jesús es El Milagro. Lo que la humanidad estaba esperando. No necesita de demasiadas presentaciones porque sus obras, signos y prodigios, le acompañan y hablan de Él.
A veces, desde la teología más dogmática, nos hemos empeñado en demostrar históricamente ciertos milagros que la tradición y la Escritura le han atribuido a Jesús, casi perdiendo de vista que el verdadero milagro es Él, su forma de hacer las cosas, el estilo de vida que propone, y no tanto lo sobrenatural.
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón…”. Lo que sí es evidente es que Jesús estaba en constante contacto con la gente, en permanente e intima común-unión con su pueblo, con el mundo. Que sabía de los sufrimientos, dificultades y necesidades de aquellos que le seguían.
“Apartándolo de la gente le metió los dedos en los oídos y…le tocó la lengua”. Le presentaron a un sordomudo para que le impusiera las manos, para que le tocara con sus manos. Seguramente era una persona que no tenía ni voz ni voto; una persona que no podía o no quería comunicarse con los demás. Jesús actúa de manera personal. Se lo lleva aparte de la gente porque requiere cuidados y atención individual, necesita un acompañamiento, un proceso muy personal. Para Jesús la gente no era ganado, cada persona tiene su dignidad y es única.
Es necesario que Jesús le toque. Cuando Jesús le toca brota el oído, el habla, el tacto, la vista, brota la vida… Cuando por esta vida uno va perdido, sin rumbo fijo; cuando no se tienen ganas de contacto con nadie, no hay ganas de comunicar nada, no se tiene interés (el sordomudo no busca directamente a Jesús porque seguramente no lo conoce, pero se lo presentan) pero se descubre la propuesta de Jesús y te toca de verdad, se pierde el miedo y se suelta la lengua, cambia tu vida.
En nuestra sociedad, la sociedad de la comunicación más avanzada, de lo inmediato; en una sociedad donde se supone que debemos ser expertos en comunicación personal, estamos sufriendo una especie de contradicción continua. Parece que cuantos más medios tenemos, realmente menos comunicados estamos. Estamos acostumbrados a ver cómo, en pequeñas reuniones de amigos o incluso en pareja, estando al lado de los otros ni siquiera nos miramos a la cara, no surge una conversación fluida porque lo que nos acompaña constantemente son nuestros dispositivos móviles y, teniendo a personas reales al lado, nos comunicamos con gente que está lejos o nos entretenemos con nuestras apps. Sabemos cosas, muchas cosas, de los demás pero muy superficiales; vemos miles de fotos de las vidas “felices” que se cuelgan en las redes sociales pero no sabemos de las vidas de las personas, de los problemas, anhelos, alegrías y dificultades reales de los que tenemos al lado.
Jesús nos enseña a que el trato personal y la dedicación a los otros es lo que nos humaniza. Nos enseña a tocar, acompañar, hacer ver que estamos cerca del que lo necesita.
“Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Irremediablemente, esta afirmación nos recuerda al relato de la creación del Génesis, en dónde después de crear se afirma que: “Vio Dios que todo era bueno…”. Jesús todo lo ha hecho bien porque es la presencia de Dios en la tierra, porque Dios todo lo hace bien para con sus hijos. A nosotros sólo nos queda fiarnos de Él y querer que siga haciendo cosas buenas en nosotros.

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