sábado, 7 de octubre de 2017

Sólo somos los labradores (Mt, 21, 33-43)

“Y ahora, cuando vuelva el amo de la viña ¿qué hará con aquellos viñadores?”. El gran Maestro, Jesús, nos sigue enseñando a través de sus magistrales parábolas. Estas, tienen la capacidad de hacernos reflexionar y de sacar de nosotros la mayor verdad sin casi darnos cuenta, ya que no nos sentimos, en un principio, interpelados por las mismas pero Él sabe el momento idóneo para darles la vuelta y que nos veamos reflejados en ellas cuando ya hemos sacado la conclusión y la verdad que reside en su raíz.
Eso es lo que hacía y hace Jesús. Nos enseña en el pellejo de otros, porque es más fácil dilucidar las cosas cuando las vemos de lejos, cuando no nos implican de manera directa, ya que  nos cuesta poco juzgar lo ajeno y no así nuestra vida.
“Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon”. Parece ser que los historiadores localizan esta parábola en las primitivas comunidades cristianas, en el año 70 cuando ocurrió la destrucción de Jerusalén y del Templo. Este hecho hizo ver con claridad a los cristianos, que el nuevo pueblo de Israel eran ellos, que el pueblo judío, sobre todo sus dirigentes, había sido infiel y poco cuidadoso con la viña del Señor y había rechazado a muchos profetas que venían advirtiendo de aquel final; que incluso habían matado a su Hijo y por tanto no merecían seguir siendo el pueblo elegido para cuidar de la viña, del Reino, de Dios. Pero esto no deja de tener un tinte un poco cruel, ya que es una verdad a medias en cuanto que no todo el pueblo judío de aquel tiempo actuaba así, ni rechazó a Dios de esta manera, ni a sus profetas, ni a su propio Hijo. Y también no deja de  ser un “triunfo”, más bien triunfalismo, cristiano sobre las cenizas del pueblo judío arrasado por las legiones romanas.
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular….Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Corremos, por tanto, el peligro de pensar que somos el único pueblo elegido, los nuevos amos de la viña; cuando el único amo es Dios, que puede cambiar de viñadores cuando vea que no se está haciendo bien la tarea ¿Por qué no va a elegir Dios a otros pueblos que saben cuidar y respetan la viña más y mejor que los cristianos? Esta parábola está vigente hoy como lo estuvo en el momento de su creación. Esta parábola ha de servirnos para reflexionar de forma seria porqué el cristianismo está en horas bajas, porque nos están absorbiendo nuestras propias estructuras, poderes y organización. No corramos el riesgo de pensar que los viñadores son los amos de la viña, de pensar que tenemos todo el derecho a apropiarnos la tierra, el derecho del Reino, por el hecho de trabajar la misma, porque en tiempo de vendimia llegará el amo o alguno de sus enviados a buscar el fruto.

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