viernes, 20 de octubre de 2017

"A Dios lo que es de Dios..." (Mt 22, 15-21)

Con respeto y sentimiento de pequeñez, me dispongo ante este pasaje del evangelio intentando encontrar algo de luz, empaparme y dejar transformar, pero también con el temor de caer en lo que tantas veces ha sido interpretado (y quizás alguna que otra vez malinterpretado o intencionadamente forzado). “A Dios lo que es de Dios…y al César lo que es del César”. Así termina este pasaje y esta es la frase que durante mucho tiempo, también hoy, se utiliza con bastante ligereza y en casi cualquier ocasión.
No fue esa la intención con la que Jesús la verbalizó, todo lo contrario. Esa frase lapidaria, que se ha convertido en un “multiusos”, fue destinada a una situación y momento muy concretos. Un momento histórico-político muy delicado y una situación creada por un grupo de judíos manipulados por sus maestros (discípulos de unos fariseos, como nos dice el texto) con una intención-misión muy claras como era pillar en un renuncio a Jesús; intentar probar que ese tal Jesús no era tan buen maestro como se decía; que no gozaba de tanta coherencia, no era tan “legal” (desde luego que si entendemos esta palabra desde su sentido más literal, creo que los fariseos hubiesen acertado de pleno y que, además, Jesús les hubiese dado más que argumentos suficientes para probar su “ilegalidad”. Pero no iban por ahí las pretensiones sino más bien por el sentido más ético-humano) y por supuesto todo ello para, al final, tener argumentos que demostraran  que Jesús no se correspondía en nada con la esperanza mesiánica, ni tan siquiera profética.
Toda esta carga histórica y humana ha de tenerse muy en cuenta para valorar dicha frase de Jesús, y todo el pasaje en su conjunto.
“En aquel tiempo se retiraron los fariseos…” No deciden a la luz del día, traman a escondidas. Cuando algo se hace así sabemos que no es demasiado legal, ciertamente los menos legales buscan ilegalidad en Jesús. Los maestros de la ilegalidad y las conspiraciones saben muy bien dónde buscar y cómo encontrar pero con Jesús, una vez más, les falla. Además no son ellos los que buscan a Jesús directamente sino que tienen a sus perros de caza para que vayan a buscar a la presa. Discípulos que aún están en la inocencia del aprender, jóvenes que son fácilmente manipulables, que se fían de sus queridos maestros. Esta si es una actitud típicamente farisea; precisamente esta es la actitud que tanto critica Jesús en el evangelio.
“Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad…” Falsos elogios, buenas palabras y reconocimientos, aderezado todo ello con malas intenciones. ¿Envidia? ¿Confusión? ¿No aceptación por descuadre de ideas preconcebidas respecto a lo que se esperaba? Seguramente no todos actuaban así por el mismo motivo, lo que sí está claro es que Jesús les interroga, no les deja impasibles: “¡Hipócritas!”.
Hemos de asegurarnos de que con nuestras actitudes y decisiones personales, con nuestros convencimientos, no arrastramos a otras personas sólo por el hecho de sentirnos más arropados y legitimados. Lo único que puede legitimar nuestras actitudes es la coherencia con la que las vivimos. Jesús no nos exige desde el principio la perfección pero si la pureza de corazón.
Al final, la pregunta es lo de menos. Jesús no ve malas intenciones en una simple pregunta que hubiese respondido sin problemas si la intención de la misma hubiese venido desde un corazón limpio. La intención es lo que cuenta en este caso, y en muchos otros de la vida.
“¿De quién son esta cara y esta inscripción?” En Jesús no encontrarían una actitud de rebeldía social sin más. Jesús sabe que para que una sociedad justa funcione bien, hemos de arrimar el hombro todos. Es cierto que hoy no hay Cesar (Al menos como autoridad romana del imperio) pero si hay Dios. Jesús no elude sus deberes cívicos, era un buen ciudadano y, precisamente por eso, creía en la convivencia y el cumplimiento de las normas justas, pero por parte de  todos.
Hemos de tener la suficiente claridad, honestidad, humildad y limpieza de corazón, para que cada uno en nuestras vidas sepamos discernir qué pertenece al César y qué pertenece a Dios.

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