jueves, 20 de julio de 2017

Sembrar y esperar... (Mt 13, 24-30)

Hay cosas en esta vida que, como humanos, nos cuesta entender. A veces no comprendemos cómo pueden ir tan de la mano el bien y el mal, y la primera reacción es despreciar e intentar fulminar el mal de nuestro lado (entiéndase como mal desde personas que no nos convienen o nos mal influyen, hasta cosas y acontecimientos que nos desequilibran).
“Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña”. Lo bueno y lo malo, el bien y el mal, van muy unidos en este mundo, tanto que en ocasiones nos cuesta hasta diferenciarlos,  y dedicamos mucho tiempo en dilucidar lo que será bueno o malo para nosotros. Esto es así porque, en ocasiones, lo que para una persona puede ser malo a otra le puede ayudar o venir bien. No pretendo relativizar ni dar la impresión de que en realidad no hay ni bien ni mal, es evidente que hay cosas y personas que objetivamente no hacen bien, pero todo esto me lleva también a preguntarme si hay alguien, sea persona o institución-religión, que tenga la llave de todo el saber y no falle en dilucidar todo lo que, en este mundo, es bueno o malo.
Evidentemente no, no hay ninguna persona ni religión que se precie de humilde que sea poseedora de la verdad absoluta. No hay un solo camino para llegar al Bien y la Verdad absoluta, que es Dios. Se puede llegar a Dios y participar de los valores del reino siendo un agnóstico redomado, y también se puede hacer mucho mal y ser la encarnación del mismo Satanás afirmando que se es “muy religioso” y cumplidor de las leyes, cuando en realidad lo que se está practicando es un autentico fanatismo que ahoga a los demás, pretendiendo que todos sean, piensen o lleguen a la verdad por el camino que uno ha elegido.
“No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega…”. El mismo Jesús nos invita en esta parábola del trigo y la cizaña a no precipitarnos cortando lo que parece cizaña en medio del trigo, porque es muy posible que nos equivoquemos. Él nos dice que esperemos a ver los frutos y entonces si podremos decidir qué es lo que debemos quemar, apartar de nosotros, y que es lo que debemos recoger.
Creo que lo que Jesús quiere de la Iglesia no es una nueva inquisidora que se dedique solamente a decir quiénes son los buenos y quiénes los malos. Jesús lo tiene claro, lo nuestro es sembrar y esperar, es recoger frutos de bondad si antes los hemos esparcido por el mundo. Si a la Iglesia nos ven como jueces implacables y no como comunidad que acoge y siembra amor y bien, lo tenemos todo perdido porque habremos quemado las gavillas antes de tiempo y, en ellas, habremos quemado también mucho trigo, convirtiéndonos nosotros, a su vez, en cizaña.

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